31 de diciembre de 2013

Quien hoy muere

He muerto;
ahora me pregunto por mi cuerpo.
No me definen ya las palabras,
me define el tiempo que me cubre
y que me ha tendido un velo en la mirada.
El iris ha perdido su color
se confunde con la pupila que ya no mira
ni reconoce formas
ni reconoce texturas;
ya no podría nombrar este mundo que era mío.
Los viejos sabores que reconocía mi boca
ahora ya no tienen ningún gusto;
extraño el candor de mis labios
al probar algún fruto desconocido.
El silencio me conforta más que cualquier melodía,
me conforta este silencio sepulcral
con que me ha recibido la muerte.
Es como si ya mi cuerpo hubiera cedido,
como si mi piel se hubiera ya deshecho;
ya ni siquiera me soportan los huesos.
Sigo en pie por razones que no entiendo.
Voy detrás de una pista;
las contradicciones que tejen mis manos
la confianza que sigo teniendo
en la yema de mis dedos.
En ellas tengo la vida que tuve

y la que seguiré teniendo.

14 de diciembre de 2013

Inventario


Cada detalle guarda palabras que lo definen
están enredadas en forma y luz y olor y tacto
y las vamos descifrando a medida que vivimos
y entonces hacemos inventario:

esta mesa es café y sirve para apoyar cosas
pocillos (blancos, verdes, de porcelana, de vidrio)
cartas (de amor, de trabajo, de recomendación)
adornos (floreros, fotos, figuritas de acción)

esta mesa es café y sirve para apoyar los brazos,
los brazos son suaves, fuertes; sirven para poner la cabeza,
la cabeza sirve para unir los ojos y la nariz y los pelos y los labios,
y los ojos sirven para ver todo esto y recordar el inventario.

Y para qué sirve tejer recuerdos;
hay de los que duelen, de los que alegran,
de los que dan un nuevo sentido al presente,
y de los que ya no queda nada nuevo para verles.

Bien valdría que los hilos y las palabras
dejaran de ser algo más que aire
y que se fueran esfumando con el viento
así como se esfuma nuestro cuerpo mientras caminamos.

20 de noviembre de 2013

Sin poesía


Hagamos evidentes las metáforas,
destrocemos cierta poesía para ver si queda algo de ella.
Digamos que las flores ya no son flores;
son vaginas abiertas
y el fresco rocío de la mañana
son sus secreciones.
Digamos que los bosques dejan de ser bosques por un día;
los declaro el bello púbico
que guarda lo que antes fueran flores.
Por hoy no se necesitan barcos para recorrer tu cuerpo,
por hoy las vergas no son vergas de mar;
hoy mis dedos están sobre tu piel
que no tiene otras palabras.
Hoy dejo de ser inmortal y de morir,
ya tu presencia no afecta mi supervivencia;
estoy contigo, estamos vivos simplemente,
como cuando voy por la calle,
como cuando tomo leche,
como cuando tengo frío.
Si tu piel se sonroja, es eso.
Si tus manos agarran con fuerza las cobijas, es eso.
Si gimes y se te escurre la saliva, pues eso es.
Hoy quiero quitarle la poesía a la poesía, a ver qué queda.
Ya no me haces el amor en verso,
ya no recorro el mundo en cada orgasmo,
ya no eres mi viento, mi fuego o mi tierra;
eres lo que eres en el instante en que lo eres.
Cuando me gritas, mis oídos se incomodan.
Cuando me acaricias, siento cosquillas.
Si te miro, te veo. Si me miras, me ves.
Estamos recostados sobre la cama
ya despojados de toda poesía.
Solo quedan nuestros cuerpos desnudos,
los restos de semen sobre las sábanas que tendremos que lavar,
tomados de las manos, mirándonos,
sintiendo el sabor a sexo en la boca.
Hoy beso tus labios,
hoy pongo mi mano izquierda sobre tu seno izquierdo,
hoy te miro a los ojos
cubiertos por una leve capa de lágrimas
que no demorará en caer sobre la almohada.
Hoy me abrazas,
pones tu cabeza sobre mi pecho,
me dices te amo, te quedas dormida,
te digo te amo, y duermo también.

19 de noviembre de 2013

Vivir una vez más


Comienzo a sentir un mundo nuevo.
Ahora los ríos ya no me ahogan;
bebo de ellos.
Siento su agua fría de montaña.
Mis dedos dejan de ser los que eran;
su piel cambia, se hace más dura, más gruesa.
Es necesario para sostenerme
de las ramas que encuentro en el camino.
Eso no impide que sienta tu piel suave,
que separe tus hojas
llenas de espinas
para beber el agua que guardas.
No solo el río da de beber.
Así el suelo deje de ser de tierra,
así los árboles dejen de ser madera,
así tu piel nunca vuelva a ser la misma,
mis pies están sobre este mundo que es el nuestro.
Alzo la mirada y respiro;
ahora todo está a mis pies.
No me malentiendas;
a mis pies veo los horizontes que me regalas;
recorrerlos me tomaría meses de nuevos caminos.
Sabes que esto no se trata de ti ni de mí.
Sé que tan solo nos estrechamos las manos por un segundo,
y cada quién sigue viviendo.
Prometo no decir tu nombre. No te asustes.
Eres mi secreto. Yo, el tuyo.
Gracias por este encuentro,
prometo escribirte;
es un regalo. Que nadie más lo sepa.
Gracias por enseñarme a vivir una vez más.

12 de noviembre de 2013

Réquiem


Antes de que nos alcancen las balas,
antes de que caigan las bombas,
antes de salir de casa, olvidar las llaves,
y no volver ya nunca más;

antes de perder la cabeza,
antes de que la muerte llegue
y con ella la impunidad del olvido
porque quien muere ya no recuerda nunca más;

antes de que la piel se vuelva gris,
antes de que los ríos se tiñan de rojo,
antes de cerrar los ojos cada noche
sin saber si vendrá un sueño más;

antes de que el dolor duela,
antes de que la tristeza llore,
antes de que lo que era nuestro mundo
se convierta en un retrato demasiado fiel de la realidad;

antes de perder la mirada limpia,
la sonrisa grande, el abrazo seguro,
los pies que, felices, bailaban;
antes de entender la fatalidad del tiempo

dame un último beso que no muera,
mírame a los ojos y sonríe,
abrázame fuerte, muy fuerte,
tan fuerte que no quede aire entre nosotros,
que las balas no nos desgarren,
que las bombas no nos destrocen,
que el tiempo no pueda quitarnos la piel desnuda,
y la lluvia no nos moje
y el dolor no nos duela
y la tristeza no nos llore
y que no se nos ensucie la mirada
y no perdamos la sonrisa;

que no sintamos que se nos va la vida
justo antes de morir.

28 de octubre de 2013

Preguntas sobre dos cuerpos

Hoy, como siempre, repaso mi cuerpo.
Soy el mismo.
Tengo dos manos, como ayer;
mis labios quizá estén un poco más resecos.
Repaso mi cuerpo, desnudo, y lo confirmo:
soy el mismo.
Quizá un pelo de más, quizá un pelo de menos,
quizá la piel un poco más cerca de la muerte.
Mi altura no cambia, por lo menos no perceptiblemente.
Emito un sonido y lo confirmo:
mi voz no es otra que la que fue ayer.
Y entonces, ¿a qué viene esta tristeza?
No lo sé. La nariz sigue en su sitio.
Nada se ha hecho más grande ni más pequeño,
los malos olores siguen siendo malos olores,
no he perdido ningún diente.
Me miro en el espejo, pero ahora dudo:
¿ese joven que me mira, inmóvil, soy yo?
Sí, soy yo.
Sigo siendo yo.
Y aquella mujer que antes me vendía hamburguesas,
y ahora pide limosna en el barrio, ¿es la misma?
Repaso su cuerpo como el mío.
Tiene dos manos, como ayer;
sus labios quizá están un poco más resecos.
Repaso su rostro y lo confirmo;
es la misma.
El pelo, sucio; la piel, llena de tierra.
Emite un sonido y lo confirmo:
su voz no es otra que la que siempre escuchaba.
Los malos olores se acumulan;
no ha perdido ningún diente.
Sí, es ella.
Sigue siendo ella.
Y entonces, ¿qué hace durmiendo en la calle?
No lo sé. A quién podría pedirle respuestas.
Me mira, inmóvil, mientras me pregunta cómo estoy.
Triste, pienso. Muy triste.

Las palomas siguen escarbando la basura de cada esquina.

19 de octubre de 2013

haikú número uno con respuesta

un hombre solo
mira cómo se mecen
las hojas del árbol

§

sobre el árbol
las hojas que se mecen
miran al hombre

14 de octubre de 2013

el olor de la primavera

yo hoy encuentro en mí una tranquilidad que no esperaba;
encuentro que mis manos son mis manos,
encuentro que mi boca es mi boca,
y eso es nuevo para mí.
hoy, después de algunos días, o meses,
encuentro que lo pasado no existió:
existe como existen mis manos
sobre este teclado que te escribe.
ya los dolores no duelen
y el amor está intacto, está sano,
ya no espera ni tu cuerpo ni tus sonrisas tranquilas
ya no espera que lo recojas entre tus manos cuidadosas.
hoy me di cuenta de que cuanto hubo, aún hay,
y no quiero decir que siga sintiendo el olor de la primavera.
quiero decir, más bien, que aún siendo invierno,
yo te recuerdo, y no me duele. y
aunque eso duela todavía un poco,
puedo recordar tus manos,
tu pelo,
tu sonrisa tranquila,
y de nuevo sonreír.

6 de octubre de 2013

para volver a casa sin girar 180 grados

este es un mensaje al más allá.
reporte número ciento treinta y tres, segunda carpeta, tercer folio.
sepan que dentro de mí ha llovido la lluvia que limpia
sepan que esto hubiera sido imposible sin irme a descubierto, sin nada más para protegerme que mi piel.
sepan que no ha sido fácil, para nada fácil. me ha dolido tanto más caminar sin rumbo, pero también me ha mostrado cuánto de bueno hay en cada cosa.
sepan que a pesar de la nostalgia, he perdido mis temores. tan solo me quedan las certezas de mí mismo.
sepan que a pesar de la melancolía, supe recordar sin añorar, y supe saborear cada plato aún sin tener más que arena a la mano.
sepan que aprendí a aprender, que aprendí también a desaprender, y que aprendí a entender cuanto pude de las inasibles verdades.
sepan que extraño, sepan que recuerdo con el amor intacto, con el amor puro, que no sería capaz de volver a amar sin la pureza.
sepan que hay luces y sombras, porque, así como la verdad, todo es inasible. todo excepto mi propio cuerpo.
y entonces, sepan que cuando tuve frío me abracé con mis propios brazos, que iban llenos de las cobijas que ustedes me enseñaron.
sepan que aunque hubo momentos malos, sé que fueron para bien, porque ahora me conozco y conozco mejor lo que es malo para mí, que para nadie más lo es porque aprendí, también, que cada quién no tiene más que su propio cuerpo, y no puede esperar un abrazo más que de sus propias manos, y si quiere besar terriblemente, tendrá que cerrar los ojos y recordar cuanto es terrible, brutal, recordar todo lo que fue capaz de recibir, para recibirlo nuevamente como si nunca antes hubiera llegado.
quizá es esto lo que más me sorprende. sé que nada me pertenece más que mi propio cuerpo, hasta que muera. entonces ya nada será mío: aprendí que para volver a casa es necesaria la conciencia de no estar volviendo a la misma casa, es decir, tener la conciencia de que cuanto viene es nuevo, y aunque sea la misma casa es un nuevo descubrimiento.
así es como quisiera volver, si vuelvo. caminar por los caminos, valga la redundancia, y volver como por accidente, porque entonces no esperaré encontrar las mismas sillas, ni la misma cama, ni la misma hoguera (a pesar de que serán las mismas), y me sentaré y me acostaré y me calentaré de nuevo, no como volviendo de un largo camino, sino como siguiéndolo, como si nunca hubiera habido regreso y por casualidad, por causalidad, no estar volviendo de la historia, sino estar haciéndola dentro de mi camino.

27 de septiembre de 2013

para dormir mejor

y qué pudiera decir yo
qué pudiera hacer para convencerte
para hacerte entender
que las palabras nada importan
que la historia nada importa
que el tiempo nada importa
que ni las más estrictas precauciones
bastan para salvarnos
igual
quién quiere salvarse de este mundo
si la única manera de salir triunfantes
es dándose
es muriéndose
sabiendo que todo lo que importa
es no traicionarse, no traicionarse a uno mismo
y por lo tanto
herirse si es lo que hace falta
lanzarse del quinto piso
lanzarse de la acera a la calle
lanzarse del lugar seguro
a aquel en el que
con toda certeza
nos degollarán sin compasión.

20 de septiembre de 2013

la piel que me amó


la piel de una mujer se siente distinta cuando se entrega; cuando no lo hace en alma y cuerpo, su suavidad cambia. cuando no se entrega es como si la piel se agarrara a los huesos y se volviera coraza, se volviera caparazón para repeler el tacto o para no sentir. la piel es como un traductor de las ganas de follar que una mujer tiene.
quizá por eso supe siempre si me amaban, si solo era un polvo o si era una resignación, porque aun siendo pocas, las hubo. las hay. qué asco la piel relajada de alejandra, que siempre me recordó la piel de un sapo, la baba gelatinosa de un caracol. ella no sentía nada por mí, lo aseguro. cada vez que me venía era como venirme en el vacío; un juguete más de masturbación. mis manos la tocaban por puro compromiso. la piel de patricia, en cambio, siempre fue como tocar una pelota de voleibol. cada vez que se desnudaba, iba a ella. era como un juego al que volvía como se vuelve a una piscina. era una piel agradable al tacto que no entregaba más que eso: distracción y placer. pero de mucho estar en la piscina, la propia piel se arruga y se daña. la piscina es como la estúpida y patética abstracción de un mar que nuestros ojos no alcanzan a ver.
y es que intento entender cómo me derrumbé ante la piel de natalia sobre el asfalto, blanca, pálida, sin poder tocarla una vez más. de nada hubiera servido arrodillarme ante las flores, ante el santo grial, ante el agua de todos los ríos que iban a dar al mar, porque ya se habían secado. aquella piel puta, entregándose a las manos de la muerte. aquella piel que no alcanzaba ni a la piedra, que había sido lo que ya nunca sería: una piel que fue siempre para mí.
hubo quien gritó que seguía viva, pero ya sabía yo que no, que su piel nunca volvería a ser la piel que me amó.

10 de septiembre de 2013

canto que resultó ser a mí mismo


prometo abrir cada uno de mis poros como si fuera una puerta
para que entres y salgas cuando quieras.
prometo cerrar los ojos para que se haga de noche y canten las cigarras
dentro, muy dentro.
prometo respirar siempre hondo para que el viento juegue con tu pelo
y además respire este paisaje de luna.
prometo tomar mucha agua para que crezcan ciruelas jugosas
y te bañes sin ropa a la sombra de cualquier árbol.
prometo también las lágrimas sinceras para que nunca te falte condimento
ni un mar salado para navegar al horizonte.
prometo la alegría y la tristeza, porque hacen falta las tempestades,
porque de ahí vienen los más hermosos arrabales.
prometo las palabras, y también el silencio, para que no te falte el canto
ni tampoco la tranquilidad de los caminos.
prometo, debo decirlo, cerrar a veces las puertas, porque el polvo y el cansancio
a veces hacen un mundo inhabitable, y hay que limpiarlo.
prometo no mentirme, prometo la sinceridad, porque el cielo oscurece si llueve
y también se iluminan las calles si hay sol.
prometo oler canela, el pasto recién podado, la lluvia sobre el asfalto
para que no te falten los perfumes que no cargas.
o quizá no te prometo nada
quizá es tan solo una manera de decir algo
que no sé cómo decir.
quizá es una manera de decir
lo indecible.
quizá te pueda prometer no hacerte promesas, porque el mundo es lo que es
porque el mundo simplemente está ahí, cada día, llueva o haga sol
o quizá sea un día indeciso

y pueda ver el arcoiris.

6 de septiembre de 2013

sobre mí, un muerto



todas las noches reposa sobre mí un muerto. todas las noches me usa de cama, desprevenida, descaradamente. todas las noches un muerto se posa sobre mi cuerpo y me interroga de manera implacable, me enfrenta contra su tiempo sin tiempo. quizá es por eso que todas las noches siento frío, y debo cubrirme con tres cubrecamas, una cobija y, a veces, poner la cabeza debajo de la almohada. ese muerto me reclama todo cuanto hice y dejé de hacer. ese muerto, que casi siempre sabe lo que dice, me abraza y me amenaza, y es que sabe mejor que nadie de mis miedos y confianzas.
todas las noches reposa sobre mí un muerto que me recuerda, de la manera más terrible, que estar vivo no es para siempre, y me empuja con su guadaña de cortar recuerdos para que siga caminando; no me deja descansar.
cuando despierto, decidido a luchar y a mandarlo a la mierda, ya parece haberse ido. pero yo ya no estoy tan seguro; hoy me di cuenta de un pedazo de ropa sospechosamente rasgado, un cierto sabor a tierra en el desayuno, un pedazo de piel especialmente frío, un colibrí empecinado en picar una flor marchita, un libro cerrado, un cierto sabor nuevo en mi boca, como a viejo, como a tiempo, como a olvido. será que poco a poco me va matando, así sin que yo me dé cuenta, sin prevenirme, sin advertirme. será que por eso me pincha con su guadaña, como recordándome, como diciéndome que mira, que aquí estoy, que no me olvides, que acuérdate que por la noche hace frío y estaré de nuevo preguntándote qué tanto te olvidaste de mí en el día, cabrón. si te olvidas de mí, te mueres, ¿oyes? si te olvidas de mí, te mueres.

4 de septiembre de 2013

el amor por lo imposible


como si no nos bastaran las heridas;
como si las dudas de cada una de nuestras certezas
no fuera suficiente.

como si cada burocracia fuera resuelta.
como si cada sol nos calentara, tan solo;
como si cada lluvia nos confortara.

como si los teatros estuvieran abiertos a cualquier hora
y los parques no fueran peligrosos de noche;
como si conociéramos más que nuestra propia voz.

como si no fuéramos día tras día,
hora tras hora, nosotros mismos;
como si cerráramos los ojos para ver más allá.

como si no quedara del día el cansancio,
como si tuviéramos a la mano una cura definitiva para el desamor,
como si nos dejaran ser, por nuestra cuenta, contra todo.

como si no existieran los atardeceres,
como si las aceras fueran tan estrechas,
como si tuviéramos otro par de ojos para mirarnos en algo más que un espejo.

como si la vida no fuera de por sí bastante dolorosa,
y las bellezas fuesen tan pequeñas,
y los secretos hubieran sido hechos para desconfiar, y no para confiar
[en alguien más que en nosotros mismos.

como si todo lo anterior, nos negamos al amor por lo imposible;
y quizá allí esté lo que nos enseñe, de otro idioma, un nuevo abecedario,
uno donde no exista la palabra burocracia
uno donde la palabra lluvia nos confortara como si dijéramos abrazo.

29 de agosto de 2013

el olor del mar


el viejo estaba sentado al borde de su cama. el teléfono, en una mano; una botellita de licor en la otra. nadie contestaba. “ya va siendo hora de que levante mis nalgas de este colchón de piedra”, pensaba el viejo mientras escuchaba a cada momento el tono intermitente de la línea. en la recepción le habían asegurado que desde su cuarto saldrían llamadas a todo destino, y que encontraría un amplio y variado surtido de licores en el minibar. nadie contestaba y al viejo cada vez le pesaba más el auricular sobre su mano derecha; la botellita cada vez le pesaba menos. “lo mínimo que un viejo debería esperar es un colchón relleno de plumas o de flores, o de mujeres tiernas y melindrosas”, se decía el viejo mientras colgaba el teléfono y ponía sus manos sobre el colchón.
afuera la gente pasaba. detrás de las puertas sonaba música y alguna que otra conversación. las paredes eran delgadas y de un lado sonaba el llanto de una mujer. del otro, un televisor que parecía decir lo mismo y repetirlo una y otra vez. por la ventana sonaba el mar. el viejo se quedó sentado más de media hora mirando el vacío, escuchando el eterno llanto de aquella mujer y el odioso sonido del televisor que no callaba. del piso de arriba llegaba el sonido de un hombre que, por alguna razón, iba de un lado a otro de la alcoba.
el viejo levantó de nuevo el teléfono y marcó a la recepción. “recepción”, dijo la voz, molesta, detrás de la línea. “nadie contesta. ¿está seguro de que salen llamadas a todo destino?”, dijo el viejo. “sí, señor”, contestó la voz del joven que parecía estar comiendo. “¿cómo marco a la capital?”. “bueno, pues debe marcar el indicativo, que es el número uno, y después el teléfono del sitio al que llama. pero no se preocupe, déme el número y lo comunico”. el viejo le dio el número al joven recepcionista y esperó. de nuevo ese tono intermitente, que era peor que el silencio. “lo mínimo que un viejo debería esperar es que haya siempre alguien al otro lado de la línea; por lo menos mujeres tiernas y melindrosas”, pensó el viejo.
miró las paredes descascaradas y sintió asco. todo le parecía sucio. el lavamanos, la ducha, la cortina de plástico de la ducha, el piso, las cobijas. hasta el aire parecía lleno de suciedad. todo tenía un penetrante olor a licor. el viejo estaba sobrio y regaba el contenido de las botellitas por doquier. se acercó a la ventana y aspiró el olor del mar. cerró los ojos fuerte para escuchar mejor, para oler mejor.

“ya es suficiente”, se dijo al cabo de unos minutos. abrió los ojos y vio de nuevo el mar, que ahora estaba un poco más cerca del anochecer. hizo el último intento de llamar, pero de nuevo el teléfono le arrojaba aquel sonido desesperante. marcó entonces a un teléfono que le había dado otro viejo amigo, y del otro lado de la línea contestó una mujer. “eres una puta”, dijo el viejo. la puta, que en efecto lo era, guardó silencio pues notó en su voz algo extraño. “eres una puta, eres una puta”, repitió el viejo. “dime, a cuántos te has comido, puta”. la puta le respondió “solo me faltas tú”. el viejo guardó silencio y puso el auricular sobre el colchón de piedra. del otro lado, la puta aguardó.
el viejo dejó la nevera abierta, la cama destendida y todos los grifos abiertos por completo. “voy por un café”, le dijo al joven de la recepción. “¿pudo hacer su llamada, abuelo?”. el viejo guardó silencio, y después de un rato respondió “dígame viejo. prefiero que me diga viejo”, y salió del hotel. caminó directo al mar. llegó a la playa y se desnudó, y entró al agua que ya estaba oscura de la noche. cerró los ojos y tras flotar un rato sintió una felicidad contra la que ya nadie ni nada podría. poco a poco se fue adentrando al mar. llevó las rodillas a su pecho, expulsó todo el aire y se dejó hundir.

sintió entonces que la corriente lo empujaba. el viejo se resistía, se resistía a ser arrastrado por el mar, pero un par de manos lo cogieron por las piernas. sintió que lo levantaban y entonces abrió los ojos, y sintió que se ahogaba. su madre lo miraba, repleta de sudor y con las piernas de par en par. “es un niño”, dijo una voz.
y entonces el viejo se echó a llorar.

23 de agosto de 2013

ojos viejos


tengo tristeza de ver
de ver cómo se derrumba
de ver cómo se acaba
de ver cómo todo termina
de ver que la muerte
de ver que la vida
de ver que las flores
de ver que las letras.

tengo tristeza de esta ceguera selectiva
que no ve las cosas bellas
que se pone los lentes de la conveniencia
pero de la conveniencia mala
o sea la que elige el desamor
tengo tristeza de ver
de ver cómo nos puede la ceguera.

y también y sobre todo
tengo tristeza de ti
de ti y de mí
de mí y de ti
y de nuestros pocos labios
y de nuestra poca vida
y de nuestros pocos sueños
y de nuestra poca fuerza para todo.

ojalá se me quite esta tristeza de ver
ojalá se me quite esta tristeza de no ver
o sea, a fin de cuentas
que se me quite esta tristeza de los ojos viejos
que vieron tanto y dejaron de ver.

20 de agosto de 2013

acerca del ejercicio de volar


tengo miedo de decir las palabras certeras que me acucian,
de hallar las verdades profanas que me despertarán del ensueño.
tengo miedo de la melancolía que es ser humano de carne y hueso
y dejar de pretender que hay un destino que le da sentido a mis pasos.

mi destino no era más que el de las cenizas
cuando yo jugaba a ser el aire de los dioses.
no acertaba a comprender que mi lugar estaba en la tierra.
ni siquiera me fueron puestas un par de alas para el engaño.

yo mismo tejí  con sueños e ilusiones esas alas
y no logré planear sobre el aire que me fue dado.
el aire con que escuchaba las cuevas y el susurro de los árboles
era el mismo aire que me empujaba contra el suelo, voraz y sin cuidado.

y ahora que me comprendo entre los hombres de mi carne,
y que tengo mis pies descalzos sobre el barro que es mi sangre
tan solo me siguen siendo fieles esas alas inasibles e invisibles.

ahora que me encuentro desnudo, sin brújula ni estrellas,
solo entre los árboles que me rodean y ya sin ilusiones,
cargo con mis alas llenas de tantos sueños del pasado.

6 de agosto de 2013

oración dos


espero nunca perder la ingenuidad
y tener siempre la fuerza que hace falta
para recuperarse de esas heridas
que nos deja el desengaño.

espero coleccionar mil heridas en la piel
y sangrar en cada enfrentamiento
si ese es el precio que debo pagar
por forjar una esperanza que no claudique.

espero recuperar cada vez el candor
y desnudarme siempre como la primera vez
y entregarme siempre como la primera vez
si así estoy más cerca de la pureza de mi alma.

espero pensarme como un dios entre dioses
y no cuestionar mis deseos ni mi juicio;
pensar que mi religión son mis pasos
y por ellos mantener la fe en mi destino.

quiero ser un hombre que en cada acto nazca
ser un dios que por cada herida dé a luz.

2 de agosto de 2013

una mujer



de nuevo había perdido la mirada. tomaba la taza de café y la observaba, como si al fondo de la taza hubiera otro mundo entero que tuviera que descubrir. su nombre no lo sabía; solo sabía que venía todos los días, normalmente sola. tenía los ojos pequeños y las pupilas grandes; si la miraban a los ojos quedaban abstraídos un pequeño momento, hasta que decidían que no había nada extraño en ellos. siempre tenía buena postura y lo miraba a uno a los ojos.
normalmente se sentaba en alguna de las esquinas del salón que estuviera más vacío. cuando se sentaba en el salón de abajo yo podía mirarla de reojo. a veces ella también me miraba pero entonces yo me metía en mi papel de anfitrión y, con un gesto, le preguntaba si deseaba algo más. ella decía con otro gesto que no, que estaba bien, y sonreía. era una sonrisa como las que se aprenden a hacer tan solo por los buenos modales que hay que tener para con todos. nunca la vi fuera de esa actitud de señorita de ciudad, respetuosa y manteniendo la distancia, pero con una calidez tranquila y natural. procuraba no ir al baño más que para lavarse las manos o cualquiera de esas cosas que hacen las mujeres frente a los espejos. no todas, pero ella sí.
los lunes venía a las diez de la mañana, minutos más, minutos menos. pedía un tinto y sacaba de su mochila unos chocolates suizos que alguien le había regalado. eran pequeños y muchos, y solo gastaba uno cada vez. los lunes sacaba su cuaderno verde y escribía. siempre me pregunté qué estudiaba, pero nunca se me ocurrió una carrera que le combinara con sus vestidos, sus maneras y, sobre todo, sus cuadernos.
los martes venía a las doce del mediodía, o bien a las dos de la tarde. era más común verla en horas de la tarde, porque a la hora del almuerzo el café se llena y eso a ella no le gustaba. si venía a mediodía, pedía un tinto y se iba. si venía a las dos, pedía un capuccino y se ponía los audífonos para escuchar música. a veces cerraba los ojos; si no, miraba alguna revista o libro del revistero.
los miércoles no venía, así que supongo que por eso no hacía nada en su cuaderno los martes. seguro no tenía clases el miércoles, nada para hacer, nada que leer.
los jueves venía sola y se sentaba a leer toda la tarde, normalmente en el segundo piso. yo intentaba subirle su tinto para ver cuál era el libro de la semana. nunca me atreví a preguntarle nada de ningún libro; tan solo dejaba el tinto a su lado derecho, con la oreja hacia fuera, para que pudiera cogerlo con comodidad. a veces se sentaba en la mesa de los cojines y estiraba las piernas. solo hacía esto si ese día no se había puesto falda sin medias; si estiraba las piernas en el suelo, con seguridad tenía pantalones, medias o leggins. empecé a buscar los libros que ella leía para hojearlos. si me gustaban, los iba poniendo en mi lista mental de libros por leer. si no, pues no. pocas veces le encontraba un libro que yo ya hubiera leído. quizá estudiaba literatura, pero tenía una ternura en ella de la que carecen la mayoría de las literatas. tenía cierta inocencia que me decía que ella no era de las que leen para estudiar, ni quieren hacer de los libros un estilo de vida.
los viernes no solía venir, pero cuando venía lo hacía acompañada. amigos, amigas, quizá algún que otro amante. nunca la vi besarse con alguien, pero era evidente que muchos la deseaban. y muchas también. cuando traía a alguien nuevo, este se sentía triunfal. quizá de que había sido invitado por ella a un sitio como este. cierto viernes uno de ellos no hizo más que bromas estúpidas con ella, con los meseros, conmigo en la caja. ese viernes fue el último viernes que vino acompañada.
el día en que me preguntó mi nombre no me lo esperaba. es santiago, le dije. ¿y tú, cómo te llamas? no puedo decir su nombre, pero era el nombre que se esperaría de una mujer de estas características. ninguna sorpresa. me dijo, santiago, ¿tú me podrías hacer un favor? es que tengo que hacer una vuelta antes de volver a clase, y no quiero cargar con estos dos libros que hacen peso en mi mochila. ¿podría dejarlos contigo y recogerlos a eso de las cinco? los libros estuvieron donde ella los dejó. no quise tocarlos, siquiera. sentía que si los tocaba iba a atravesar alguna especie de frontera sin los papeles requeridos para el trámite. se sorprendió un poco de encontrarlos en el mismo lugar, pero no dijo nada al respecto. tan solo sonrió y me dijo gracias, santiago. me dio la espalda y salió.

pocos días después de eso comenzó a venir más seguido. venía con el que yo pienso que era el novio, aunque nunca los vi dándose un beso. solo una vez los vi tomados de la mano a dos cuadras de acá, caminando quién sabe a dónde. hacía sol y se veían felices. ella se reía con los chistes de él, y él comenzaba a adquirir una mejor postura. hacían bonita pareja, aunque se cuidaban mucho de no mostrarlo en público.
una vez él salió primero que ella. ella se quedó arriba, sola, leyendo. estaba triste, pero tampoco vi nunca una lágrima en sus pequeños ojos. dejó de venir durante tres semanas, y cuando yo pensé que no la volvería a ver vino con una bolsa de la librería del fondo de cultura económica cargada de libros. se sentó, como siempre, con su tinto del lunes, a destapar libro por libro. yo todavía no logro entender por qué no la vi ese día con tres amigas en vez de tres libros, hablando mal de los hombres y de la vida. no entiendo por qué volvió después de tres semanas. ese lunes no le pregunté nada, pero cuando le llevé el tinto a la mesa me preguntó cómo estaba. hecho insólito. le dije que bien, y aproveché la oportunidad para decirle, hace tiempo que no venías. dibujó esa sonrisa de siempre y me dijo, gracias. yo me retiré y ya no volví a mirarla.
creo que siempre fui, para ella, un hombre sin rostro, un santiago sin forma. creo que tan solo era una función o una consecuencia de sus tintos y capuccinos. nunca se dio cuenta de que la miraba, y nunca iba a afectar su vida ni para bien ni para mal. ella tampoco lo haría con mi vida, pero a mí me causaba curiosidad. quizá esto, en el fondo, me molestaba, pero qué podía hacer más que seguirla mirando y dejando que pidiera sus tintos y capuccinos y llevárselos como siempre, con una sonrisa en la cara.
tan solo una vez le pregunté si estaba bien, porque tenía los ojos hinchados de llorar. de nuevo esa sonrisa de siempre, que oculta tras de sí los dolores y las alegrías, que pone un muro de piedra separando dos naciones. yo había entendido y ya estaba a punto de retirarme cuando de repente dijo mi nombre. me giré y estaba de pie, con su buena postura y sus pequeños ojos mirándome fijamente. me abrazó, con un abrazo tan inocente que casi se sintió como los abrazos de mi sobrino de tres años.
tengo la sensación de que ni siquiera en ese momento dejé de ser el hombre sin rostro ni forma, y que ella abrazó un vacío al que necesitaba aferrarse de alguna manera. me soltó y se sentó de nuevo. me dijo, gracias por el tinto. yo de nuevo entendí y me retiré, sin saber qué hacer. la dejé sola; supongo que era eso lo que debía hacer. nunca volvió. ya son dos meses y no la he vuelto a ver, ni siquiera en la esquina que queda a dos cuadras de acá.

1 de agosto de 2013

condena


no quiero ser el martes que se repite
una y otra vez hasta el cansancio.
no quiero ser el camino de siempre
a tu casa de siempre, por las calles de siempre.

no quiero ser la palabra que se repite,
que de tanto escucharla no suena más que a hueco.
y siempre suena igual, como si fuera tu piel, solo tu piel
sin carne ni venas ni grasa por dentro.

no quiero ser el vacío que, de vacío, se llena,
absorbiendo cuanto encuentra porque ya no tiene nada.
no quiero ser la última gota del agua que siempre fue la misma
bajando por la misma garganta que dijo tu primera palabra.

no seré tus mismas cosas nuevas de siempre
ni tus mismos nuevos besos de siempre
y ni siquiera te daré mis sonrisas únicas de siempre.
tú me condenas a la eternidad.

y es que yo busco la muerte.

22 de julio de 2013

disolución dos

sobre el mar, el viento espera las nubes.
el barco extiende las velas como pulmones.
sobre la arena, el aire juega con las dunas.
el hombre cae y se cubre la boca.

ahora parece de noche sobre cubierta.
se elevan gritos de tormenta.
el barco gira en el mar que es el cielo.
el hombre se hace feto en el sol del desierto.

juegan las dunas de arena a elevarse
con ayuda del viento que las hace y deshace.
juegan las olas rompiendo sus crestas en el aire,
lloviendo dentro del barco, sobre vela y mástil.

y hay un hombre acurrucado con piel de madera,
hay un barco que se arrodilla cubierto de tela.
el hombre cruje y el barco se enrosca
entre agua y arena y ventisca y rocas.

el sol, encima del mundo, no ve más que una brisa,
no ve más que un pedazo de tierra que gira.
y sobre la arena la lluvia, y sobre el mar ni una sombra.
el hombre se para y descubre la tormenta y las olas.

sobre los remos reposa una leve capa de arena,
las velas se hinchan de nuevo al sol que las nombra.
el hombre se descubre la boca y bebe
del enfrentamiento entre tormenta y rocas.

el barco agradece la arena por la que navega,
el hombre mira la cresta de las olas.
hombre de madera sobre el tiempo del mundo

hombre de sol y lluvia, sin muerte ni rumbo.

15 de julio de 2013

regreso


sobre mis labios, cera de velas rojas.
sobre mis dedos, pétalos de seda.
mi cuerpo, envuelto en terciopelo,
y dos cristales sobre mis ojos.

vengo del río y del viento,
de un horizonte con campo abierto.
vengo de sentir el mundo con mis manos,
con mi piel desnuda que vuelve a casa.

en la puerta, las flores y las velas,
la falsa piel y los cristales blancos.
vuelvo del mundo cálido y frío
a mi hogar de leña y horno de barro.

regreso, no sin tristeza y nostalgia,
no sin vida atravesada en la garganta.
me visto de lo que sé mío y respiro.

aún hay algo que no sé. algo ha cambiado.
no sé si ha sido mi casa o he sido yo mismo.
ahora mi casa está llena de río, viento y campo.

9 de julio de 2013

Cuando la mudez


Sobre la página rasgada, una línea.
La dibujó un niño, un viejo,
una mujer de alguna edad imprecisa.
Es una línea negra.

Hay un camino sobre la yerma superficie,
hay una mancha sobre lo inmaculado,
hay una guía hacia el horizonte.
La ha dibujado una mano de cinco dedos.

De la mano no se sabe más que eso;
cinco dedos, piel, uñas, arrugas.
No hay más fronteras que la línea.
No hay más firmas que aquella raya.

Del mundo no se sabe más que eso;
la hoja, la raya, la mano.
No hay nombres ni banderas.

Solo hay esta línea negra con forma de letras
que gritan desesperadas.
Nadie sabe qué gritan.

Ni la mano
ni la hoja
ni ellas mismas.

29 de junio de 2013

Disolución


Encuentras resguardo en un gesto,
en una casualidad de siempre:
recoges tu pelo, pero nunca ese mechón,
que se mueve más lento que el aire.

Sabes que eres tú porque sonríes,
porque te reconoces frente al espejo,
con tus labios de algas marinas,
que son suaves y besan las heridas.

Regresas a tu alcoba, a tu cama,
a la voz con la que te identificas.
Regresas a ese espacio que es tuyo,
pero más allá de tu piel todo parece ajeno.

Llega la noche con tu música y tus libros;
llega esa extraña compañía que eres tú misma.
No entiendes ya ni tus propios huesos.

Del día quedan historias. No tu alma, no tu cuerpo.
Queda el tiempo que sigue, certero;
y eres tú y todos, por un instante, pisando el mismo cielo.