Encuentras
resguardo en un gesto,
en una
casualidad de siempre:
recoges
tu pelo, pero nunca ese mechón,
que se
mueve más lento que el aire.
Sabes que
eres tú porque sonríes,
porque te
reconoces frente al espejo,
con tus
labios de algas marinas,
que son
suaves y besan las heridas.
Regresas
a tu alcoba, a tu cama,
a la voz
con la que te identificas.
Regresas
a ese espacio que es tuyo,
pero más
allá de tu piel todo parece ajeno.
Llega la
noche con tu música y tus libros;
llega esa
extraña compañía que eres tú misma.
No
entiendes ya ni tus propios huesos.
Del día
quedan historias. No tu alma, no tu cuerpo.
Queda el
tiempo que sigue, certero;
y eres tú
y todos, por un instante, pisando el mismo cielo.
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