todas
las noches reposa sobre mí un muerto. todas las noches me usa de
cama, desprevenida, descaradamente. todas las noches un muerto se
posa sobre mi cuerpo y me interroga de manera implacable, me enfrenta
contra su tiempo sin tiempo. quizá es por eso que todas las noches
siento frío, y debo cubrirme con tres cubrecamas, una cobija y, a
veces, poner la cabeza debajo de la almohada. ese muerto me reclama
todo cuanto hice y dejé de hacer. ese muerto, que casi siempre sabe
lo que dice, me abraza y me amenaza, y es que sabe mejor que nadie de
mis miedos y confianzas.
todas
las noches reposa sobre mí un muerto que me recuerda, de la manera
más terrible, que estar vivo no es para siempre, y me empuja con su
guadaña de cortar recuerdos para que siga caminando; no me deja
descansar.
cuando
despierto, decidido a luchar y a mandarlo a la mierda, ya parece
haberse ido. pero yo ya no estoy tan seguro; hoy me di cuenta de un
pedazo de ropa sospechosamente rasgado, un cierto sabor a tierra en
el desayuno, un pedazo de piel especialmente frío, un colibrí
empecinado en picar una flor marchita, un libro cerrado, un cierto
sabor nuevo en mi boca, como a viejo, como a tiempo, como a olvido.
será que poco a poco me va matando, así sin que yo me dé cuenta,
sin prevenirme, sin advertirme. será que por eso me pincha con su
guadaña, como recordándome, como diciéndome que mira, que aquí
estoy, que no me olvides, que acuérdate que por la noche hace frío
y estaré de nuevo preguntándote qué tanto te olvidaste de mí en
el día, cabrón. si te olvidas de mí, te mueres, ¿oyes? si te
olvidas de mí, te mueres.
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