Hijos de la Tierra. O mejor, de la tierra, sin mayúscula.
Embarrados, ensuciados, entramados. Nacimos encendidos, nacimos encontrados,
enjambrados, enredados. De estar encogidos pasamos a envejecer para después ser
enterrados. Éramos hijos de la tierra, vivíamos por ella y en ella moríamos
encantados.
Ahora somos hijos de una enfermedad que ha venido
empeorando. Una enfermedad que nos ha venido desembarrando, desensuciando,
desentramando. Es una enfermedad que nos desune, que nos apaga
desencontrándonos, desenjambrándonos, desenredándonos. Una enfermedad
pretensiosa que pretende desencogernos con el síntoma de la megalomanía, una
enfermedad cadenciosa que pretende desenvejecernos con el síntoma del miedo a
la piel que se desgasta. Es una enfermedad que destrozó a nuestra madre y
terminará por destrozarnos a nosotros. Es una enfermedad que destrozó nuestra
tierra, y nos hizo hijos de nadie.
Éramos hijos de la tierra, vivíamos por ella y en ella moríamos
encantados. Ahora somos hijos del dinero, nos desvivimos por él y por él
morimos desencantados.
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