25 de octubre de 2012

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Este es un pedacito de una suerte de ejercicio que estoy llevando a cabo. El comienzo no está, el medio tampoco, y del final no sé decir si llegará.

La suerte se encarga de traerle a uno las cosas bellas, y si uno sabe ver no hay necesidad de irlas a buscar. Ayer fue un día de perros en misa. Por más que ladré el Padre se negó a darme la bendición y por más sed que tuviera se negaron a darme el agua bendita.
Ahora que lo pienso, si uno toma agua bendita no debe orinar. ¿O será que orina uno como los ángeles, y la purifica aún más? (...) Este mundo es ridículo. Sencillamente ridículo. Pero de vuelta al día de hoy.
La suerte se encarga de traerle a uno las cosas bellas. Caminando por la calle vi a un hombre con unos tenis sin cordones, abiertos de par en par, pedir un serrucho prestado en una carpintería. No sé si se lo habrán prestado con desconfianza, mirándolo de arriba abajo, imaginándose de pronto al mejor estilo hollywood que lo iba a usar para descuartizar un cuerpo previamente asesinado. Pero se lo prestaron y el hombre atravesó la calle y agarró algunos pedazos de madera que había recogido, quién sabe de dónde. Con fuerza comenzó a cortar la madera en cierto punto, hasta que tuvo cuatro pedazos de casi el mismo tamaño, previamente medidos. Los dispuso para unirlos, pero antes quería asegurarse de que hubiera hecho bien las medidas.
Era un hombre sucio, olía mal de quizá meses de no bañarse (si no más), tenía la ropa rota y los tenis que llevaba, que ya los describí, daban pena de la capa negra que tenían encima de ese blanco que difícilmente se adivinaba. Sin cordones ni medias, se podían ver heridas quizá provocadas por la mugre, o de tiempo de caminar descalzo.
El hombre sacó una caja, de madera también, de su costal, con una forma encima que al principio no supe definir. Cuando la apoyó en el piso entendí que era una caja para lustrar zapatos, pero solo estaba la caja. Sin betún, sin trapos, sin una sola mancha que diera cuenta del primer trabajo. El hombre, apoyado en sus dos pies en cuclillas, como cuando un niño se agacha a admirar una oruga que camina rítmicamente de un lado a otro sin atreverse a tocarla, miraba la pre-construcción de los cuatro pedazos de madera. Entonces los tomó, miró la caja de lustrar zapatos, y se aseguró de que el cajón encajara en la caja. Sonrió y yo seguí mi camino.
Me imagino que el hombre devolvió sonriente el serrucho, con mil agradecimientos. Metió con cuidado su caja de lustrar zapatos en el costal, y siguió su camino, mirando al piso en busca de lo que le hacía falta para comenzar su negocio.
Minutos antes de meterme a la ducha para salir a la calle, pensando en mi desgracia, abrí un libro (Días y noches de amor y de guerra) cuya primera página tenía adentro una premonición insospechada: 

"En la historia, como en
la naturaleza, la podredumbre
es el laboratorio de la vida"
Carlos Marx

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