31 de octubre de 2012

10.


A quienes han sabido hacer que este mundo evolucione, poquito o mucho. Da igual.

Y si la vida se convirtiera en palabras, sería terrible.
Las autopistas siempre dirían las mismas palabras, los postes las mismas frases altas, los puentes siempre las mismas palabras, los carros, los edificios. En resumen, las cosas de asfalto y acero dirían siempre las mismas palabras.
También dirían las mismas palabras los bancos, las sillas, las camas, los cajeros, las estaciones de gasolina, las puertas dirían todas dos palabras únicamente, esas para abrir y cerrar puertas; el suelo, los escalones, las rejas, la ropa, el aire las mismas palabras. El ropero, la lavadora, las ventanas, el lavaplatos las mismas palabras. Los zapatos, los lápices, los pantalones, los implementos de aseo las mismas palabras. Las mismas palabras siempre, sobre todo, ante todo las mismas palabras. Las mismas palabras las migas de pan caídas en el suelo, las mismas palabras una bolsa de basura que no han recogido, las mismas palabras una taza de café vacía, sin nada, recién lavada.
Dirían siempre las mismas palabras también los aparatos eléctricos tales como radios, equipos de sonido, planchas, bombillos, televisores, computadores las mismas palabras. Vendría la hora de la misa y la iglesia las mismas palabras, las sillas las mismas palabras, el agua bendita las mismas palabras, el altar las mismas palabras, el Jesús crucificado las mismas palabras. Vendría la hora de las onces y la panadería las mismas palabras, la caja las mismas palabras, la bandeja las mismas palabras, los vasos, los cuchillos, el horno microondas las mismas palabras. Vendría la hora de entrar al baño y la taza las mismas palabras, el papel higiénico las mismas palabras, el espejo las mismas palabras. Vendría la hora de las mismas palabras, y las mismas palabras las mismas palabras, las mismas palabras las mismas palabras, y viceversa las mismas palabras.
Menos mal están los árboles hablando con sus hojas, menos mal están los pájaros con sus gargantas, menos mal hay gente que no siempre anda diciendo las mismas palabras. Pero sobre todo, menos mal hay quienes callan, y se dedican a reorganizar las mismas palabras para que de repente, y sin previo aviso, comiencen a nacer las nuevas palabras.

27 de octubre de 2012

7.


En este mundo de poetas,
las mariposas desesperadas
se alimentan de rosas de hierro.

Jugando un poco nada más. Jugando a no quedarse con las palabras aprendidas, jugando a pervertir los significados aprendidos, a renombrar el color que la vida me enseña. Jugando se aprende la subversión de la vida cotidiana, a mirar un poquito más nuestro mundo.
¿Qué designios decidieron que un hombre, acostado en la acera de un parque, tuviera que recoger desperdicios buscando qué se puede reciclar para sobrevivir, y que otro hombre estuviera dando indicaciones en el aeropuerto (muy educadamente) sobre cómo llegar a la puerta de las llegadas nacionales para el mismo fin? No me importa indagar sobre eso acá, por lo menos en este momento, pero sí me interesa dejar constancia de que el hombre acostado en el parque no se encontraba solo. Estaba abrazando a su perro que se quejaba de los abrazos bruscos, diciéndole que fuera cariñoso para él poderlo abrazar.
Quizá sea un lugar común, un habitante de la calle o “indigente” con su perro, hablando de su cariño, pero es un lugar común que día a día pasamos por alto. Y no pasamos por alto que un muchacho alto y guapo se encuentre solo escuchando música de su iPod nano, mientras le dice a los extranjeros en un inglés más inglés que el Earl Gray que “You’re looking door eight, international arrivals”. A él tenía que preguntarle cómo llegar.

Es curioso. Las sonrisas más bonitas que he visto en estos últimos días han sido las de mi sobrino y las de esos dos habitantes de la calle (el del perro y el de la cajita de embolar). ¿Sabrán ellos algo que nosotros, los que no sabemos sonreír, ignoramos? ¿Será que ven los paisajes en otra gama de colores?
Hoy, después de ir al aeropuerto y sonreír toda la mañana, me sentí ciego por un momento. Y como necesitaba volver a ver, sonreí mientras tomaba el sol.

To do to do



To wake up
to get up
to shower
to have breakfast, fast
to go to work
to work
to lunch, fast
to work
to go home
to have dinner, fast
to go to home
to drink hot tea, not so fast
to brush your teeth
to poop and/or pee
to lay down
to sleep

(finally)

to dream... wait a moment.

To wake up and dream
to get up dreaming
to shower dreaming
to have breakfast, fast, while you’re dreaming
to go to work while dreaming
to work dreaming
to lunch, fast, while you’re dreaming
to work, dreaming again
to have dinner, fast, while dreaming
to go home, dreaming more
to drink hot tea, not so fast, dreaming a lot
to brush your teeth dreaming
to poop and/or pee dreaming
to lay down to dream
to sleep, and keep dreaming

(finally)

to wake up.

25 de octubre de 2012

Hijos de nadie


Hijos de la Tierra. O mejor, de la tierra, sin mayúscula. Embarrados, ensuciados, entramados. Nacimos encendidos, nacimos encontrados, enjambrados, enredados. De estar encogidos pasamos a envejecer para después ser enterrados. Éramos hijos de la tierra, vivíamos por ella y en ella moríamos encantados.
Ahora somos hijos de una enfermedad que ha venido empeorando. Una enfermedad que nos ha venido desembarrando, desensuciando, desentramando. Es una enfermedad que nos desune, que nos apaga desencontrándonos, desenjambrándonos, desenredándonos. Una enfermedad pretensiosa que pretende desencogernos con el síntoma de la megalomanía, una enfermedad cadenciosa que pretende desenvejecernos con el síntoma del miedo a la piel que se desgasta. Es una enfermedad que destrozó a nuestra madre y terminará por destrozarnos a nosotros. Es una enfermedad que destrozó nuestra tierra, y nos hizo hijos de nadie.
Éramos hijos de la tierra, vivíamos por ella y en ella moríamos encantados. Ahora somos hijos del dinero, nos desvivimos por él y por él morimos desencantados.

4

Este es un pedacito de una suerte de ejercicio que estoy llevando a cabo. El comienzo no está, el medio tampoco, y del final no sé decir si llegará.

La suerte se encarga de traerle a uno las cosas bellas, y si uno sabe ver no hay necesidad de irlas a buscar. Ayer fue un día de perros en misa. Por más que ladré el Padre se negó a darme la bendición y por más sed que tuviera se negaron a darme el agua bendita.
Ahora que lo pienso, si uno toma agua bendita no debe orinar. ¿O será que orina uno como los ángeles, y la purifica aún más? (...) Este mundo es ridículo. Sencillamente ridículo. Pero de vuelta al día de hoy.
La suerte se encarga de traerle a uno las cosas bellas. Caminando por la calle vi a un hombre con unos tenis sin cordones, abiertos de par en par, pedir un serrucho prestado en una carpintería. No sé si se lo habrán prestado con desconfianza, mirándolo de arriba abajo, imaginándose de pronto al mejor estilo hollywood que lo iba a usar para descuartizar un cuerpo previamente asesinado. Pero se lo prestaron y el hombre atravesó la calle y agarró algunos pedazos de madera que había recogido, quién sabe de dónde. Con fuerza comenzó a cortar la madera en cierto punto, hasta que tuvo cuatro pedazos de casi el mismo tamaño, previamente medidos. Los dispuso para unirlos, pero antes quería asegurarse de que hubiera hecho bien las medidas.
Era un hombre sucio, olía mal de quizá meses de no bañarse (si no más), tenía la ropa rota y los tenis que llevaba, que ya los describí, daban pena de la capa negra que tenían encima de ese blanco que difícilmente se adivinaba. Sin cordones ni medias, se podían ver heridas quizá provocadas por la mugre, o de tiempo de caminar descalzo.
El hombre sacó una caja, de madera también, de su costal, con una forma encima que al principio no supe definir. Cuando la apoyó en el piso entendí que era una caja para lustrar zapatos, pero solo estaba la caja. Sin betún, sin trapos, sin una sola mancha que diera cuenta del primer trabajo. El hombre, apoyado en sus dos pies en cuclillas, como cuando un niño se agacha a admirar una oruga que camina rítmicamente de un lado a otro sin atreverse a tocarla, miraba la pre-construcción de los cuatro pedazos de madera. Entonces los tomó, miró la caja de lustrar zapatos, y se aseguró de que el cajón encajara en la caja. Sonrió y yo seguí mi camino.
Me imagino que el hombre devolvió sonriente el serrucho, con mil agradecimientos. Metió con cuidado su caja de lustrar zapatos en el costal, y siguió su camino, mirando al piso en busca de lo que le hacía falta para comenzar su negocio.
Minutos antes de meterme a la ducha para salir a la calle, pensando en mi desgracia, abrí un libro (Días y noches de amor y de guerra) cuya primera página tenía adentro una premonición insospechada: 

"En la historia, como en
la naturaleza, la podredumbre
es el laboratorio de la vida"
Carlos Marx

18 de octubre de 2012

Del mundo propio


Mientras más el mundo se abra y pierda sus fronteras,
mientras más alejado el espejo, y más cerca nuestro reflejo,
mientras más oportunidades de encontrarnos lejos
o cerca, o en otro o en nuestros mismos dilemas

menos difícil será viajar de país en país,
viajar descubriendo continente y paisajes,
viajar descubriendo que el destino difícil
es el propio, dentro de nuestra única cárcel.

¡Vengan las tierras lejanas!
¡Vengan los vientos ajenos!
¡Júntense el polo sur y el polo norte
Dentro de nuestros cuerpos!,

que nuestra mente sabrá traducir los miles de idiomas,
sabrá borrar las fronteras y enfrentar vientos adversos,
sabrá darnos un sol brillante sin derretir nuestros polos
para que podamos vivir este mundo, tan amplio, que es el interno.

15 de octubre de 2012

Se nos ha enseñado


Se nos ha enseñado que vivimos en una sociedad enferma, que tenemos que ir contra el destino que se nos ha impuesto.
Se nos ha enseñado que vivimos en un Estado de bienestar que será eterno, y que además genera bienestar.
Se nos ha enseñado que por la fuerza tenemos que hacernos al destino que nos fue negado.
Se nos ha enseñado que los juicios son definitorios y certeros, y que como tales debemos juzgarlos.
Se nos ha enseñado que el poder conlleva tiranía, y que hay que ir en contra de él.
Se nos ha enseñado que no hay cabida al error, que la vida es demasiado seria como para desperdiciarla.
Se nos ha enseñado que la vida es demasiado seria como para tomarla en serio.
Se nos ha enseñado que Dios existe.
Que Dios no existe.
Que la vida es bella, que debemos hacerle frente a las adversidades, que debemos salir siempre adelante.
Que las críticas son destructivas. Que las críticas son constructivas. Que debemos respetar a nuestros mayores y callar.
Se nos ha enseñado que no. Que sí.
Se nos ha enseñado que debemos ir hasta la muerte por lo que creemos.
Se nos ha enseñado que en facebook solo debemos comunicarnos con lo que nos gusta, comunicarnos con quienes están de acuerdo con nosotros.
Se nos ha enseñado que podemos eliminar a quienes nos cuestionan, y huir de la discusión, y no cuestionarnos.
Se nos ha enseñado que no debemos bajar la cabeza ante nada ni nadie.
Con tanto bipolarismo es dificilísimo entender que las cosas no son tan así. Que está en nosotros balancear la balanza tan desbalanceada de la justicia. Con tanto bipolarismo ya no sabemos si estamos bien, si estamos mal. Pero nos enseñaron que tenemos que estar o a un lado o al otro. Nada de centro, nononó.
De tanto que nos han enseñado de pronto se nos olvidó vivir la vida. Y más importante, vivirla con los demás. De tanto que nos han enseñado de pronto ya no sabemos aprender.

10 de octubre de 2012

Cinco palabras sobre una mujer


I.
Sentada así, con las piernas recogidas,
con el pelo suelto, los brazos cruzados,
la cabeza despejada y el corazón abierto.
Sentada así a la pared y a la vida.

II.
De los ojos: que son negros, hasta adentro,
que reflejan la luna blanca, la luna negra, la luna azul.
De la mirada: que es profunda, hasta adentro,
que refleja la luna blanca, la luna negra, la luna del alma.

III.
La mano que suavemente siente mis brazos,
la mano que escribe la lista del mercado,
la mano que se lastima con un hilo erróneamente colocado,
esa mano que toma mi mano.

IV.
Cierra la boca, ábrela, sonríe, saca la lengua,
grita, canta, dime un secreto al oído, o no,
pon tu boca en mi oreja, refréscala con agua,
habla con el mundo y luego cuéntame de él.

V.
El agua de la ducha, el agua de la llave,
el agua de reserva y el agua de la calle,
el agua pública, de la gente, y el agua privada.
Lluéveme, mójame, quítame esta sed de ti.

1 de octubre de 2012

El día en que las sombrillas no supieron detener la lluvia


Ya era tiempo de hacer las maletas y yo me encontraba sentado mirando el cielo por la ventana, mirando los tejados que parecían marchitos de tanta lluvia. Eran ya tres días lloviendo sin parar, con una lluvia tan densa que cualquiera pensaría que venía cargada de lentitud, de una carga pesada en cada una de las manecillas del reloj. Y yo me unía a esa atemporalidad que la lluvia nos regalaba.
Decidí levantarme y abrir la maleta, que también parecía estar poseída por un caracol o una babosa. La ventana a mi lado se encontraba cerrada para separarme del frío infernal que traía consigo la lluvia, para separarme de la gente con sombrillas que caminaba por la calle a un destino al que no querían llegar, para separarme finalmente de esos ríos que parecían calles por donde los carros avanzaban a una velocidad menor que la de la basura que los rodeaba.
Pero algo llamó mi atención en el momento en el que doblaba la manga izquierda de la primera camisa por empacar. De reojo vi algo atravesar de derecha a izquierda la ventana. La lluvia seguía cayendo lentamente cuando volteé la mirada. Y los tejados seguían marchitos, inundados de un río que caminaba hacia arriba. Fue cuando supe que lo que había visto por la ventana era una paloma. Una paloma callejera, sucia y empapada, con una pata sin dedos y con algo que parecían tumores.
Lo supe porque ahora la lentitud no era la de un caracol. Ahora la lluvia no solo parecía ser densa, sino liviana. Tan liviana que realmente por los tejados yo veía el agua subir, trepar lentamente hacia el punto más alto y, milagrosamente, maravillosamente, empezar a gotear hacia arriba. Y la paloma comenzó a volar hacia atrás, atravesando nuevamente mi ventana, esta vez de izquierda a derecha y de espaldas. Pude ver cómo sus alas se extendían, hacia arriba y hacia abajo, y cómo a cada aleteo le seguía (o le precedía) una pequeña liberación de microgotas. Pude ver cómo los tumores lentamente se reducían y cómo sus plumas se deshacían de la mugre gota a gota, pluma por pluma. Fue una cosa extraordinaria observar sus dedos crecer lentamente, su pico recuperar el brillo que debió haber tenido al nacer, sus ojos limpiarse. Y toda la mugre subía lentamente con cada gota de agua hacia el cielo.
Miré hacia fuera y la gente caminaba hacia atrás, los carros desandaban los ríos y la basura que se dirigía a un sitio insospechado ahora se elevaba junto a la lluvia que llovía hacia arriba. Poco a poco la lluvia fue perdiendo su peso, y cada vez menos densa y más ligera empezó a llover hacia arriba tan torrencialmente como lo hizo los tres días que habían pasado. Los tejados ya no parecían marchitos e inundados; de los tejados crecían aceleradamente flores y plantas como haladas por una fuerza invisible hacia el cielo.
¿Existirá Dios, que las llama de vuelta? Y todo parecía indicarlo pues los árboles gigantes tampoco se hicieron esperar, naciendo intempestivamente debajo del cemento, alzándose altivos ante todo. Y la paloma no terminaba de regresar al extremo derecho de la ventana cuando parecía un animal completamente distinto al que había visto pasar hacía unos minutos, o quizá unas horas, unos años. Ya no sabía del tiempo, ya mi reloj se había empezado a elevar también hacia el techo, y yo mismo me sentía como volando. Por la ventana veía el horizonte plagado de sombrillas flotantes que subían con la lluvia. Abrí entonces la ventana y sentí cómo el cielo me succionaba hacia fuera, lentamente, densamente. Me apresuré a tomar mi maleta como pude y a meter la ropa sin doblarla. Tomé la sombrilla que escapaba de la alcoba y la abrí, con maleta en mano, y me dejé llevar. El suelo se alejaba, y yo subía con la paloma a mi lado y con los árboles que poco a poco se fueron desprendiendo del suelo. Veía cómo la gente gritaba como gritaría un caracol, inaudiblemente, sabiendo de su destino hacia el cielo.
Fue entonces que decidí mirar hacia arriba, para ver el sol más grande que había visto jamás. Y entonces entendí que no era Dios, un chamán o una fuerza sobrenatural la que nos llamaba a su seno. Era lo más mundano, afectando las leyes espaciotemporales que siempre había creído inquebrantables. Entonces cerré los ojos porque entendí que los quilómetros que me quedaban iban a ser los más bellos que nadie pudiera haber vivido jamás. Los abrí para ver cómo la selva se elevaba en frente de mí, con los árboles que ahora sabía que esperaban bajo tierra a que llegara su hora. Los vi más verdes que nunca, más frondosos que nunca, floreciendo, entregándose desde el final de los tiempos en su espléndida belleza.
Volví a cerrar los ojos, y ahora tan solo siento cómo el sol me quema, cómo poco a poco el calor me abraza como lo haría mi madre la mañana de aquel domingo en que nací y abrí los ojos por primera vez.