26 de noviembre de 2010

Gústele o no

He bajado abismos hacia el cielo,

He subido escaleras hacia el cadalso,

Y he permanecido siempre,

Con mis alas tan largas como el abrazo del mar.

No conozco, no quiero conocer

El significado de una flor marchita

O del llanto de la historia

Ni siquiera de su adiós (el de usted)

Y aunque poco a poco,

Verso a verso,

Nota a nota,

Se escapa un suspiro

Yo no le olvido (a usted)

Mi amor es intocable.

Soy mujer de vida,

Gústele o no.

Conmigo no se atreva

A declarar una lágrima

Conmigo no se atreva

Señor, a decir

que la paz no es posible,

señor, a decir

que no me han enseñado a amar.

Usted, dentro de sus grutas de hierro

Yo con mi sol penetrante

Usted, sin saber lo que me ha costado

Yo sin saber el costo del dolor

Quién se atreve a decirme que no

Que no es tiempo de la vida

Que no es tiempo del amor

Que no es tiempo de fugarse con el sol

Compréndame solo si lo desea

Yo no le exijo nada, ni a usted ni a nadie

Está en usted el amor, de mí depende poco

Ya yo lo he dado todo.

Hoy es 19 de noviembre

28 años más tarde

y unas pocas horas.

¿Quién lo diría? ¿Quién sería capaz?

Hoy no estoy sola, nunca lo he estado

Gústele o no.

Conmigo no se atreva

A decir que no merezco la felicidad

Porque merezco eso y más

No me la niegue

O no me dejará más opción que ir a por usted

Y toda su prole, y todo su odio

Y declararlo sin honor.

Alas de amor, tan amplias como el abrazo del mundo

Y un árbol, y una flor, y una montaña.

No necesito más que del vientre

Para ser lo que soy

Gústele o no,

Si quiere hacerse partícipe, sólo ámeme.

Yo no le exijo nada, ni a usted ni a nadie.

15 de noviembre de 2010

Diez

Sobre los ángulos indiscretos poso la mirada de la luna, aquella donde nunca llegará la incertidumbre que nos ataca. Sobre los ángulos indiscretos me surgen claros de luna, buscando las palabras que han de salvarme de la noche. Recoger los pedacitos de luz que van quedando se ha vuelto una tarea ardua, agarrándolos entre las manos como si fueran agua que se escurre, a la que no queremos dejar caer sobre el hirviente suelo de nuestros pesares. Que se evapore no es el mayor problema, al fin y al cabo esa es la tarea de la luz (sí, de la luz). Evaporarse para luego regresar de otras formas que no experimentamos. Hoy ha sido en forma de una mujer que me encanta, que con sus labios suaves y su piel morena acaricia mi existencia. Aunque no lo sepa, o no lo quiera saber, la ternura la embarca, con una mirada cómplice que bajo la oscuridad me dice "ven", y entonces ahí está, en esa mirada, en esos labios, en esa piel quemante, la luz de un día como hoy.

2 de noviembre de 2010

Conservarle su honor (Fernando Garavito)

"Al menos una vez en la vida -dice Saramago-, cualquier cronista o literato que no acaba de dar con un tema hace su glosa personal de la puesta del sol". Y es verdad. Anoche fue mi turno. Serían, tal vez, un poco menos de las siete de la noche, cuando Manuela y yo nos lanzamos a recorrer "las solitarias calles de la aldea".

El buen crepúsculo de Parra brillaba en todo su esplendor, y el viento levantaba su voz para contar de las cosas más cristalinas de la vida, del canto de los pájaros preparándose para dormir, del sonido del viento entre los árboles, de presagios del ángelus que ya pasó, y del ángelus que algún día volverá a ser el mismo. Había algo de poesía en el ambiente, y mientras Pip, nuestro viejo perro de toda la vida, corría de un lado a otro olisqueando conejos inexistentes, y sabíamos que en la cocina las ollas cantaban en ese mismo momento su canción de olores y de sabores, algo hondo pareció tocarnos con una tenue mano de soledad, de distancia, por qué no decirlo, de melancolía. Caminábamos en silencio, ella una niña que comienza apenas a convertirse en una hermosa muchacha, yo, hecho tal vez un nudo ciego de recuerdos, de voces idas, de preguntas que jamás llegué siquiera a plantearme. De pronto, la voz de mi hija rompió el hechizo.

- ¿Por qué estás triste? -me preguntó-. Mira el azul del cielo. Oye el viento. Mamá nos espera. Estamos juntos. Tal vez acá comencemos a ser felices. ¿Qué sucede?

No tuve respuesta. En efecto, acá podríamos comenzar a ser felices. Pero entonces, la vieja palabra de mi padre surgió dentro de mí, incontenible.

- Mira -le dije-, voy a cantarte una canción que me enseñó papá cuando fui su alumno en la escuela primaria. ¿Te parece?

Y, sin esperar respuesta, le canté con mi quebrada voz de muchos años, el himno que alguien escribió cuando nos enfrentamos a un Perú que no era nuestro Perú sino el Perú de Sánchez Cerro:

Si algún día a la frontera

me llamara el deber,

me llamara el deber,

abrazando mi bandera,

volaría sin temer,

sin temer.

Colombianos al mirar

la bandera ondular,

prometamos con valor

conservarle su honor.

Colombianos al mirar

la bandera ondular,

prometamos conservarle su honor,

con valor, conservarle su honor.

Levantamos la vista: una bandera que no era la nuestra ondulaba sin cesar en el arrebolado aire de la tarde.

- No estoy triste -le dije con las lágrimas pugnando por salir sin que ella se diera cuenta-.

Pero lo cierto es que ya no podemos hablar del honor de nuestra bandera.

Ella permaneció en silencio. Lo sé, las niñas de doce años no tienen por qué pensar en banderas ni en honores ni en países ni en circunstancias. Piensan, creo yo, en las muñecas que comienzan a dejar olvidadas dentro de los armarios, y, tal vez, en la inquietud que les despierta encontrarse con un determinado muchacho mientras caminan por los pasillos de la escuela.

Entonces, sabiendo que era apenas un monólogo inaudible para ella, para todos, seguí el decurso de mi pensamiento. Afuera caían las sombras vorazmente sobre la tierra, y Pip, indiferente a todo, caminaba junto a nosotros esperando ver pronto la puerta por donde podría entrar rumbo a su plato de agua.

- Ya no podemos hablar del honor de nuestra bandera -repetí en voz baja -. Es más, ya no tenemos bandera. Lo que va al frente de los batallones y de los desfiles de los sicarios de cualquier pelambre es un trapo de tres colores manchado de sangre. La banda que se tercia sobre el pecho este palafrenero de los Ochoa que ahora dice gobernarnos, no puede ser la misma que lucieron personas transparentes como Murillo Toro, como Santiago Pérez, como Darío Echandía. Me fastidia pensar que la bandera que cubrió el catafalco de Jorge Eliécer Gaitán es la misma que va a ondear dentro de poco en el campamento de los asesinos concentrados en Santa Fe de Ralito. No creo que la bandera de un Congreso donde se oyó la voz de Jorge Soto del Corral sea la misma que preside las sesiones donde participan cerca de cien parlamentarios impuestos por el narcotráfico.

- No conozco a ninguna de esas personas -me dijo Manuela, con lo cual descubrí que yo hablaba más duro de lo que hubiera querido-. Y tampoco sé qué cosa sea un palafrenero.

- No importa -le dije-. Palafrenero es el criado que le sostiene el estribo al patrón para que se trepe sobre el caballo. Y eso es lo que ha hecho este individuo: sostenerle el estribo a Mancuso y a sus narcotraficantes, para que se monten definitivamente sobre el pobre jumento en que se ha convertido Colombia.

- Hablas muy raro -me dijo Manuela-. ¿Jumento es un burro?

- Sí -le contesté-. Jumento es un burro, un asno, una bestia de carga. Pero, más allá, jumento es Colombia. Desde que ese universo oscuro de las multinacionales, convirtió al narcotráfico en la columna vertebral de la economía, Colombia pasó a ser el burro del que unos pocos se aprovechan. Yo sé que el burro está desesperado con la carga que le han puesto encima.

Encima lleva la tragedia de soportar masacre tras de masacre, la tragedia de los desplazamientos masivos, la tragedia del terrorismo de Estado, la tragedia de la corrupción (que no es sólo administrativa), la tragedia de la miseria generalizada, la tragedia de la denegación de justicia, la tragedia de la amenaza internacional, la tragedia del no futuro, la tragedia del dogma inalterable y del silencio, la tragedia del miedo. Sobre todo la tragedia del miedo. Pero eso nos ha llevado a aceptar, sin fórmula de juicio, la solución que nos propone el gobierno de Uribe, que es la de entregarnos con las manos atadas a la delincuencia común. Ante los ojos de un mundo al que le importa un pito qué ocurra en ese rincón plagado de conflictos, Uribe le da status político a sus amigos del narcotráfico y los convierte en sus interlocutores.

Ellos se han apoderado de todo. Hoy son los dueños de las tierras, de las carreteras, de la seguridad, de la justicia, de la administración, de lo que alguna vez se llamó vida, honra y hacienda de los asociados. Pero, lo peor de lo peor, es que esos delincuentes comunes, que forman un todo con quienes nos gobiernan, con quienes nos representan, con quienes manejan una economía miserable que ha llevado a uno de los países más ricos y diversos del mundo a una bancarrota generalizada, son los dueños de nuestras conciencias. No sé hasta qué punto sea lícito convivir en sana paz y compañía con los criminales, y asistir al derrumbe del país como quien no quiere la cosa. Porque en Colombia proliferan las voces que se levantan, erguidas, contra ese estado de cosas, pero que siguen ahí, construyendo dehesas donde se los permite el narcotráfico y el paramilitarismo, disfrutando de la vida y de la rumba barata de fin de semana, estrechando la mano manchada de sangre de los asesinos y gritando ¡qué horror!, ¡qué horror! frente al cadáver de los asesinados. Todo eso es una gran mentira. ¿Tú sabes quién es García Márquez?

No me contestó. Con seguridad, mi largo discurso la había llevado a lugares donde viven los verdaderos pensamientos de las niñitas. Pero yo seguí, como si su ausencia no tuviera que ver nada conmigo.

- Bueno, pues García Márquez se reunió en México con Álvaro Uribe, con el pretexto de apoyar un proceso de paz con el ELN en el que sería garante el gobierno de Fox. Hasta ahí, magnífico. Pero resulta que se prestó a asistir con el palafrenero a una conferencia de prensa, y que, cuando este terminó su discurso, lo aplaudió ante las cámaras de los reporteros. ¡García Márquez aplaude a Álvaro Uribe! Eso no me puede caber en la cabeza, y no lo entiendo sea cual sea el motivo último del aplauso. Como no entiendo muchas cosas, que no voy a decirte porque ese, que es nuestro asunto vital, no es asunto nuestro. Tú me entiendes.

- No te entiendo -me dijo Manuela-. ¿Cómo puede ser que algo que sea asunto nuestro no sea asunto nuestro?

- Mira -le contesté-, lo que es asunto nuestro es el país, no son las gentecitas que gobiernan al país. El país necesita una revolución, una auténtica revolución, que lo ponga patas arriba en todas sus estructuras, que le cambie su forma de pensar, de hablar, de sentir, de enterarse de los acontecimientos. Ya están hechas todas las denuncias, ya se han señalado todas las dolencias, ya se han diseñado todos los diagnósticos, ya se han propuesto todas las soluciones, y seguimos cada vez peor, cada día estamos más y más hundidos en la tragedia de nuestra vida, de nuestro comportamiento. Necesitamos una revolución contra el algodón azucarado en que los medios envuelven las noticias. Una revolución profunda, que estremezca los comportamientos del país, que sustituya, como un cataclismo, toda esa pequeñez que nos circunda. No necesitamos una revolución política o una revolución económica o una revolución educativa o una revolución cultural. Necesitamos una revolución de la conciencia. Si yo tuviera treinta años menos estaría en el país desarmando los ejércitos y armando las conciencias, todas las conciencias, con imágenes, con palabras, con conceptos, con respetos, con pensamientos, con recuerdos, con proyectos, con proyecciones. Pero estoy viejo y me siento inútil y desarmado. ¿Tú sabes quién es Roberto Posada?

- No tengo ni idea -me dijo Manuela.

- Pues no voy a hacerte perder tu tiempo diciéndote quién es Roberto Posada. Pero hace poco me describió como "el olvidado". Y sí, tiene razón, yo soy el olvidado. Un olvidado que piensa que sus pequeñas palabras, que sus denuncias y sus rabias, que sus reflexiones y querencias, que los artículos que envía, tienen algún interés, sirven para algo. No. Estoy convencido de que no sirven para nada. Eso de escribir es para Molano, ¿tú sabes quién es Molano?

- No tengo ni idea -repitió Manuela.

- Molano es un hombre muy valioso, que me escribe para decirme que está feliz en La Calera y que vive cerca de sus hijos y que cuida a sus animales y que cumplió 60 años.

- Como tú -anotó Manuela.

- Como yo. Yo también voy a cumplir 60 años. ¡Sesenta años! Y sigo haciendo lo mismo que hacía hace tiempo, cuando el país era un país que cuidaba el honor de su bandera. Ya no vale la pena. He resuelto callarme. Todos los esfuerzos que he hecho terminaron por ser inútiles y anodinos.

- ¿Qué cosa es anodinos? -preguntó Manuela.

- ¿Anodinos? Anodinos es que no se conocen, que no le importan a nadie. Te aseguro que de las 500 personas que reciben mi artículo semanal, por lo menos 450 lo mandan al reciclaje sin abrirlo. Entonces, ¿para qué sigo en esta bobada? Esta noche voy a escribir mi último artículo, mi artículo de despedida.

- ¿Estás triste? -me preguntó ella.

- Tal vez. Tal vez estoy triste. Pero no estoy triste por mí. Estoy triste por Colombia. Ya llegamos. ¿Quieres que te cante otra vez una estrofa de la canción que me enseñó papá?

- Vale -dijo Manuela.

- Ojalá te la aprendieras. Dice así:

Colombianos al mirar

la bandera ondular,

prometamos con valor

conservarle su honor.

Colombianos al mirar

la bandera ondular,

prometamos conservarle su honor,

con valor, conservarle su honor.

- Qué linda - dijo Manuela.

- Sí -anoté yo-, es muy linda, porque es una canción que creía en Colombia. Hoy los colombianos no creemos en nada, y los que creen no ven que detrás de sus creencias está el horror y la muerte y el crimen y la desgracia.

- Llegamos - dijo Manuela -. ¡Entra, Pip! ¿Cierro la puerta?

- Sí -dije yo-. Y no te olvides de la llave.


Fernando Garavito, 17 de junio de 2004


Requisición a Juan Mosca, que ahora resultó ser Fernando Garavito Pardo:

http://carcajete.blogspot.com/2010/10/requisicion-juan-mosca-que-ahora.html

4 de octubre de 2010

Diálogo para una clase

B: ¿Cómo está tu hermanito?

A: No ha nacido, mis papás dicen que todavía faltan unos meses.

B: ¿Ah sí? ¿Cuántos?

A: Sin cuenta.

B: ¿Cincuenta? ¿Estás seguro?

A: Imagínate. Ya no será mi hermanito, voy a estar viejito.

B: ¿Pero no son los popótamos los que se demoran cincuenta meses en tener un popótimo?

A: No seas tonto, no son los popótamos y no son sin cuenta meses. Son los cocordilos, y tienen cocordolitos.

B: Pero… ¿cómo puede el cocordilo tener cocordolitos si los cocordilos no lloran? Dicen que todos los bebés lloran.

A: Yo no lloré.

B: ¿Cómo así que no lloraste? El doctor me dijo que todos lloramos cuando nacemos.

A: ¿Qué doctor?

B: El de la barriga de mi mamá.

A: ¡Ese es el problema! ¿No sabes cómo se hace un niño?

B: Me dijeron que era en un repollito, pero yo sé que no. El otro día los escuché decir que les iba a tocar hacerse una ontología. Y que en la pórtesis (como una puerta especial) les iban a dejar uno blanquito. O algo así.

A: No, no. Los papás tienen que encerrarse en el cuarto, se dan besitos, y así hacen al bebé.

B: ¿Ah sí, y cómo sabes?

B: ¿Sí ves?, no sabes.

A: ¡Sí sé! Pero es que ya me aburrí. Quiero jugar.

B: ¿A qué?

A: A volar.

A: Tú eres un globo. ¡Bobo!

B: Pues… pues… Pues mejor ser un globo bobo a un popótimo que no vola.

A: ¡Así no se dice! El popótimo es el niño, se dice popótamo. Los popótimos sí volan.

27 de septiembre de 2010

Escribir en un día cualquiera

Escribir así, como si fuera el día, como si fuera el sol que a diario alumbra lo que se desprende.
Escribir como si fuera el agua que brota de la tierra; no sus lágrimas, no su sangre: su simiente.
Escribir sin saber adónde, o a cuántos. El lugar es el mundo, la cantidad lo suficiente.
Escribir con las manos desatadas, con los labios de los ríos, con los besos de las fuentes.

Escribir amigo del silencio, padre del juzgado, hijo del justo, hermano del odiado.
Escribir de un árbol y su hoja, de un hijo y su cuidado, de un campesino y su arado.
Escribir el hambre y lo que dudo, lo débil y lo absurdo, lo gentil, lo esperanzado.
Escribir con un dios y una serpiente, un jardín y lo prohibido, un vacío y su cayado.

Sujeto a posibles futuras confecciones, como todo humano, como cada día de la creación de la Tierra.

17 de septiembre de 2010

El episodio de la mujer y los indígenas

Mi más reciente preocupación, la humanidad. Se rompe con revólver y cuchillo, con palabra y desprecio, con una mirada vacía de amor y un punto de vista con raíces en tierras de odio infundado.

Una mujer, hace poco, se subió a un bus, con buen vestido y bolso de cuero. Un par de collares, un relicario y de tacones. En el bus iba un grupo de unos quince emberas, hablando en su idioma. Madres con sus hijos, poco espacio dejaban para sentarse a los demás pasajeros. Se entenderá que esto es muy poco común; la mayoría de los indígenas en Bogotá se ven en las calles, en el suelo, pidiendo limosna o, en el mejor de los casos, vendiendo sus collares, mochilas, etc.

La mujer pagó su pasaje, pero cuando se dio cuenta de con quiénes iba compartiendo el bus tuvo un primer impulso de bajarse. Los y las miró con desprecio. Se sentó lo más alejada que pudo de este grupo de indígenas y mirando de reojo con el mismo desprecio.

Tomó su billetera del bolso, la agarró con ambas manos y la protegió cruzándose de brazos y poniendo la billetera entre ellos y su pecho.

Los emberas no se dieron por aludidos, seguían conversando y la señora finalmente se quedó dormida.

Poco antes del aeropuerto la señora se bajó (tenía que atravesar a la parte trasera del bus para este fin). Mientras pasaba al lado de los indígenas fue tan fuerte su incomodidad, tan evidente.

Si no se tiene respeto por nuestras raíces, y no se trata a un humano con humanidad, sea hijo(a), padre(madre), amigo o enemigo, indígena, indigente, empresario o presidente, ¿qué se espera del futuro?

15 de septiembre de 2010

11 de septiembre

11 de septiembre de 2010

Una vez más nos reunimos para recordar las muertes.

Agachamos la cabeza, quizá cerramos los ojos. Quizá se escurren algunas lágrimas.

Una vez más nos preguntamos cuál es el sentido de la sangre, de las flores, de las cenizas incluso.

¿Quién luchará nuestras batallas? Un hombre nos ofrece la mano (un buen apretón siempre es reconfortante). Una mujer nos ofrece sus labios (un beso siempre es bienvenido). Un niño nos sonríe (lo abrazamos).

Una vez más se nos ha derretido el rostro, las órbitas se han descompuesto y las manos ya no son apoyo, sino un fuerte sentido de impotencia.

El que sepa lidiar con el sufrimiento, por favor enséñenos el camino. A mí no se me ocurre sino escribir, recordar poco a poco, como quien se ha dado cuenta que la vida se construye paso a paso, beso a beso, hasta el cansancio.

Una vez más la desilusión es indeleble y todo lo que fue alguna vez motivo de alegría parece poco. Parece que nos dijera Nunca es suficiente.

Y entonces salimos a caminar, el atardecer nunca pierde su belleza. Queremos ser parte de él. Queremos buscar nuevos caminos y no desistir. No perder las esperanzas, creer que el amor es posible, creer que el pasado nos pertenece, creer que es posible vivir el futuro que se nos ha dado.

Un chocolate es indiscutible. Una flor, quién se atreve. Esas son felicidades dadas, que no nos las arrebaten. El chocolate y las flores son necesarias para cualquier vida. Las sonrisas, el cabello, el olor del cabello, caminar por el pasto, escuchar el viento en los árboles. Sencilleces, así la RAE me diga que esa palabra no existe.

Y luego, como una pirámide, empezamos a crecer, desde la base. Comenzamos a caminar y no hay quién nos detenga, ni siquiera las caídas. Ojalá no perdiéramos ese espíritu.

Una vez más me encuentro sentado sin saber quién es quién, qué es qué, más que el chocolate que muerdo a diario y saboreo como si fuera la última vez. Así debería ser con los pasos, con los saludos, con las discusiones, incluso con las lágrimas. Quizá si no nos arrodilláramos con la cabeza gacha, con ganas de que un golpe tremendo y eficaz terminara con todo, y cuando nos paráramos decidiéramos vivir sin buscar lo sublime, quizá si no perdiéramos la fe en el otro, sabríamos que efectivamente el futuro nos pertenece, desde el primer paso, desde el primer beso, desde el primer libro, desde la primera muerte.

Dos torres caen, en cámara lenta. Un ejército acaba una utopía a través de las balas y la sangre. Nueve años, treinta y siete años, toda una vida, toda una vida, toda una vida por cada muerto, toda una vida por cada niño abandonado, toda una vida por cada libro quemado, toda una vida por cada ladrillo destruido, toda una vida por cada lágrima derramada. Y seguimos naciendo. Caminamos, damos la mano, besamos, abrazamos, y entonces entendemos que nadie luchará nuestras batallas, ni siquiera Dios, ni siquiera un arma, ni siquiera una cámara asesina.

Debemos decidir ahora mismo qué será de nosotros. ¿Un chocolatero, un soldado o guerrillero, un escritor?

Y una vez más respiramos y tomamos alientos antes de volver a caer.

Una vez más nos reunimos para recordar muertes.

Agachamos la cabeza, quizá cerramos los ojos. Quizá se escurren algunas lágrimas.

Y entonces, damos un grito a lo alto y ancho de nuestra existencia. Corremos como si nos faltara poco. Y saltamos al abismo. Volamos por unos segundos antes del golpe fatal.

No alcanza la nariz a sentir el planeta entero cuando abrimos los ojos y sentimos unas ganas inexplicables de ser responsables de nuestra propia felicidad. Así que lo primero que hacemos es regalarle una sonrisa a un niño, y este, como si no le cupiera ni un segundo más, rebosa esa sonrisa tan pura de vuelta.

Lo segundo que hagamos, ya dependerá de si somos chocolateros, soldados, guerrilleros o escritores, y de si hemos decidido brindarle esa felicidad a los demás.

Entonces, cerramos los ojos. Ya no hay lágrimas. Pero hay todo un futuro por delante y un pasado por detrás, del que somos responsables. Porque el futuro y el pasado es de todos, y de todas también. Solo somos una pequeña parte de él, en la que hemos decidido ser responsables de nuestra felicidad, la de todos.

Santiago José Sepúlveda Montenegro