Mi más reciente preocupación, la humanidad. Se rompe con revólver y cuchillo, con palabra y desprecio, con una mirada vacía de amor y un punto de vista con raíces en tierras de odio infundado.
Una mujer, hace poco, se subió a un bus, con buen vestido y bolso de cuero. Un par de collares, un relicario y de tacones. En el bus iba un grupo de unos quince emberas, hablando en su idioma. Madres con sus hijos, poco espacio dejaban para sentarse a los demás pasajeros. Se entenderá que esto es muy poco común; la mayoría de los indígenas en Bogotá se ven en las calles, en el suelo, pidiendo limosna o, en el mejor de los casos, vendiendo sus collares, mochilas, etc.
La mujer pagó su pasaje, pero cuando se dio cuenta de con quiénes iba compartiendo el bus tuvo un primer impulso de bajarse. Los y las miró con desprecio. Se sentó lo más alejada que pudo de este grupo de indígenas y mirando de reojo con el mismo desprecio.
Tomó su billetera del bolso, la agarró con ambas manos y la protegió cruzándose de brazos y poniendo la billetera entre ellos y su pecho.
Los emberas no se dieron por aludidos, seguían conversando y la señora finalmente se quedó dormida.
Poco antes del aeropuerto la señora se bajó (tenía que atravesar a la parte trasera del bus para este fin). Mientras pasaba al lado de los indígenas fue tan fuerte su incomodidad, tan evidente.
Si no se tiene respeto por nuestras raíces, y no se trata a un humano con humanidad, sea hijo(a), padre(madre), amigo o enemigo, indígena, indigente, empresario o presidente, ¿qué se espera del futuro?
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