No es
verdad. No es verdad. No es verdad.
Esta es
mi nueva plana; no es verdad.
No, por
más que se sienta cierto no es verdad.
Por más
que exista el pasado. No es verdad.
Por más
que haya futuro posible. No es verdad.
Como en
los sermones de la iglesia me repito: no es verdad.
Es
imprescindible recordarlo para no romperse.
Hay que
saberlo para no caer siempre en el mismo error.
Y si se
olvida, hay que repetirlo nuevamente: No es verdad.
Que sea
como un mantra de la vida: No es verdad.
Así tus
pies sean de carne y hueso, no es verdad.
Así tus
manos sean de carne y hueso y flores, no es verdad.
Así tu
pelo huela a cítricos refrescantes, no es verdad.
Y si tus
uñas a veces huelen demasiado a esmalte, no es verdad.
Si tu
nariz es tan suave como tu mejilla, no es verdad.
Si tus
brazos saben más del oriente que de abrazos, no es verdad.
Si tienes
frasquitos llenos de arena y hojas perfumadas, no es verdad.
Si tienes
más de un estómago para llenar, tampoco; tampoco es verdad.
Que el
gancho perfecto sea a la altura del ombligo, no es verdad.
Que una
de las comidas más aromáticas sea la de Irán, no es verdad.
Que
primero fue la luna, llena de aromas, detrás de una casa, no es verdad.
Que hubo
conejos verdes, conejos pardos, y morsas andantes, no es verdad.
Que los lunes
son el mejor día de la semana, no es verdad.
No es
verdad. Así lo tenga metido en la cabeza, no es verdad.
No es
verdad que al dar un paso la cintura haga un círculo perfecto. No es verdad.
El
síndrome de abstinencia, la cama tan grande, no son verdad.
Que la
vida encaje, a veces, como dos piezas, de manera perfecta; no, no es verdad.
Que haya
distintas maneras de amarse, de quererse, no es verdad.
Que tu
cintura se mueva al ritmo de la darbuka, no es verdad.
Que hayas
nacido con los ojos del desierto de la arena más fina, no es verdad.
Hallar
seguridad y calma en un pecho, no es verdad.
Las
noches fuera de todo, negando cada regla, mintiendo, a escondidas, no son
verdad.
Tu cuello
de paloma, no es verdad.
Tu nuca,
de pelos que bajan hasta el cerviz, con cada uno de sus vellos, no son verdad.
Tu
espalda, en frente; tu rostro, de lado; tu pelo, cubriendo tu rostro, no son
verdad.
Tus
lágrimas de siempre, de la primera noche, del último día, no son verdad.
Las
tardes de cine, las noches de velas y música y baños y aceites, no son verdad.
Tus
labios, debajo de tus dientes, mordiendo: el deseo no es verdad.
Las
palabras, tantas, tantísimas, escritas o dichas, no son verdad.
El
veintitrés de octubre, la falda de colegiala, “conociéndote”, no es verdad.
Las
mentiras, ni siquiera las mentiras ni tampoco las cosas honestas, no son
verdad.
Tus
labios, tan rojos a veces, tan rojos, no son verdad.
Tu
sonrisa que es grande, que es bella, no es verdad.
Tus
palabras, tu voz, tus sensibles orejas, no son verdad.
Tus
viajes, tantos, todos esos, tus viajes, no son verdad.
Las
diosas existen; tú, como diosa, tú, tú, tú; no eres verdad.
No, no es
verdad. No es verdad. No es verdad.
Tanto
trago, tantas noches, tanto de todo, de todo, de todo, no es verdad.
Que el
mundo exista, tan bello, tan grande, tan lejos, no es verdad.
Que la
comida sabe más rico, no es verdad. Maldita sea, la comida sabe siempre a lo
mismo.
Ravioles,
lomo salteado, pastas al burro, copas de vino caliente no son verdad.
Nada es
verdad. Nada es verdad. Nada es verdad.
Tu voz,
tu aliento, tu ojo derecho, tus dedos, tu frío en las noches, no son verdad.
Los
poemas románticos de la última noche, no son verdad.
Nada es
verdad. Nada es verdad. Nada es verdad.
Nada de
esto es verdad. Nada de esto es verdad.
Quizá, si
lo repito, si nada de esto es verdad, tampoco será verdad el final.
Los
finales no son verdad. No son verdad. No son verdad. Porque la vida tampoco es
verdad.
Así es el dolor. Así estás vivo.
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