23 de abril de 2013

Izú


Su nombre es Izú, o Guizú; no pronuncia bien algunas palabras. Tiene manos de haber trabajado el campo, y gafas de ciego, pero no es ciego ni trabaja el campo hace tiempo. Su olor lo delata; da la impresión de haber usado azadón y pala toda su niñez. Da la impresión de que, a fuerza de sudar a diario bajo el sol, ese olor se le hubiera quedado ya en la piel, inherente a él. Es bien sabido que no hay ducha que valga para lavar la historia que se carga.
Izú, quizá sin notarlo, pero notándolo bien según lo que yo pienso, está sentado al lado de un graffiti que dice, en letras negras, “La policía solo reprime, el estado solo roba. Y tú, ¿qué haces?”, y yo pienso Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan decir que somos quien somos.
Como si fuera un dios, Izú toca la marimba. Es imposible no detenerse en la esquina una vez se escucha ese sonido. Y la gente se acerca a ver a ese hombre de tres brazos golpeando teclas hechas de cualquier pedazo de tabla, usando cuyabras como cajas de resonancia. Tiene tres brazos, pero nosotros solo vemos dos. Al lado de la marimba tiene un tambor que toca cuando termina la melodía. Y el tambor y la marimba suenan y resuenan por toda la calle 11 como si fueran agua (y son agua), como si fueran árboles (y son árboles), como si fueran un pedacito de la naturaleza olvidada y ese mismo hombre hablando con las manos. Es un sonido que viene de otro mundo.
Habla poco, Izú. No sabe bien si viene de Tumaco o de Angola; de ambos sitios tuvo que irse por la guerra, guerra del hombre. Una guerra que no entiende de dioses como Izú. Dice que está en Bogotá para que la gente conozca de su cultura. Dice que quiere que la gente escuche su marimba. Dice que suena bonito, y lo dice con una sencillez que pasma.
Yo le creería todo eso si no estuviera convencido de que Izú habla con la marimba, y que dice cosas que nosotros no podemos escuchar. Yo creo que Izú cuenta su historia con la marimba que él mismo hizo; la historia de Tumaco y de Angola, que son su historia. Creo que nos habla de todo lo que viajó, vivió, para llegar a la sexta con once en Bogotá. Y mientras comienza una canción antes de terminar la anterior, dice, con nostalgia, “Yo a la marimba la toco desde siempre”.

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