27 de abril de 2013

Como si fuera el sol


Bajó en picada, del cielo
entró por la puerta de mi casa
pasó flotando, pasó en silencio
yo estaba triste.

Se acomodó entre un baúl y una escalera
flotó, bailó, Estoy aquí, gritó
lo vi, lo levanté, lo puse en mis manos
yo estaba triste.

Lo miré, lo limpié, lo respiré
cargaba una semilla, volaba
lo dejé en la mesa, me tomé un café
yo estaba triste.

Volteé y ya no estaba, ahora volaba
lo tomé de nuevo entre mis manos
lo miré, le conté mis secretos
yo estaba triste.

De repente se sintió más liviano
de mi mano un trocito del mundo se elevó
se elevó, y bailó, bailó, bailó
y yo estaba triste.

Pero miré mi mano, y había dejado la semilla
una semilla más pequeña que un arroz
y ahora estaba en la palma de mi mano
como si fuera el sol.

Mi mano grande, mis dedos torpes
se fue volando, bailando, feliz
dejó la semilla posada en el fondo de mi mano
como si fuera el sol.

En mis manos, la tierra
en mis manos, el río
en mis manos, el tiempo.
En mis manos como si fuera el sol.

23 de abril de 2013

Izú


Su nombre es Izú, o Guizú; no pronuncia bien algunas palabras. Tiene manos de haber trabajado el campo, y gafas de ciego, pero no es ciego ni trabaja el campo hace tiempo. Su olor lo delata; da la impresión de haber usado azadón y pala toda su niñez. Da la impresión de que, a fuerza de sudar a diario bajo el sol, ese olor se le hubiera quedado ya en la piel, inherente a él. Es bien sabido que no hay ducha que valga para lavar la historia que se carga.
Izú, quizá sin notarlo, pero notándolo bien según lo que yo pienso, está sentado al lado de un graffiti que dice, en letras negras, “La policía solo reprime, el estado solo roba. Y tú, ¿qué haces?”, y yo pienso Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan decir que somos quien somos.
Como si fuera un dios, Izú toca la marimba. Es imposible no detenerse en la esquina una vez se escucha ese sonido. Y la gente se acerca a ver a ese hombre de tres brazos golpeando teclas hechas de cualquier pedazo de tabla, usando cuyabras como cajas de resonancia. Tiene tres brazos, pero nosotros solo vemos dos. Al lado de la marimba tiene un tambor que toca cuando termina la melodía. Y el tambor y la marimba suenan y resuenan por toda la calle 11 como si fueran agua (y son agua), como si fueran árboles (y son árboles), como si fueran un pedacito de la naturaleza olvidada y ese mismo hombre hablando con las manos. Es un sonido que viene de otro mundo.
Habla poco, Izú. No sabe bien si viene de Tumaco o de Angola; de ambos sitios tuvo que irse por la guerra, guerra del hombre. Una guerra que no entiende de dioses como Izú. Dice que está en Bogotá para que la gente conozca de su cultura. Dice que quiere que la gente escuche su marimba. Dice que suena bonito, y lo dice con una sencillez que pasma.
Yo le creería todo eso si no estuviera convencido de que Izú habla con la marimba, y que dice cosas que nosotros no podemos escuchar. Yo creo que Izú cuenta su historia con la marimba que él mismo hizo; la historia de Tumaco y de Angola, que son su historia. Creo que nos habla de todo lo que viajó, vivió, para llegar a la sexta con once en Bogotá. Y mientras comienza una canción antes de terminar la anterior, dice, con nostalgia, “Yo a la marimba la toco desde siempre”.

22 de abril de 2013

Lo mismo de siempre


Qué se puede esperar de la luna más brillante
qué de un lunes, qué de un martes, qué de un viernes
qué se puede esperar de un perro amigo
qué de un sendero con río y montaña

si no lo mismo de siempre.

Qué se puede esperar del tendero del barrio
qué de un poeta romántico, de un antipoeta, de un sinsonte
qué se puede esperar de Tarantino
qué de un hombre en su lecho de muerte

si no lo mismo de siempre.

Qué se puede esperar de ir al cine a las nueve
qué de pasear por el centro, qué de jugar con la suerte
qué se puede esperar de un amigo prudente
qué de la vida y los pasos de un hombre demente

si no lo mismo de siempre.

Qué se puede esperar de tus besos
qué se puede esperar de tus dudas
qué se puede esperar del silencio y del ruido
qué se puede esperar de una fría noche de niebla

si no lo mismo de siempre.

Y aún así sigo terco, sigo inocente, sigo inmaduro
a veces me pregunto si no seré yo mismo todo eso
la luna más brillante
un poeta romántico
un amigo prudente
un hombre demente.
Me pregunto si no seré yo mismo tus besos
tus dudas
el silencio
el ruido

Me pregunto, en definitiva
si no seré yo mismo todas esas cosas del mundo
buscando un brillo, un atajo, un poco de suerte
buscando algo que me haga ser diferente

Pero qué se puede esperar de mí
si no lo mismo de siempre.

19 de abril de 2013

Sortilegio exiguo para todos los días


Caiga la Historia de los grandes
crezca el tiempo de los nadies

Miéntase la razón en la adultez
y siéntase la emoción de la niñez

Fúndase la luz de fríos faros
préndase el calor de los abrazos

Dúdense los sabores propios
créase lo todo de los otros

Que por hoy basten los sueños
más que las realidades

12 de abril de 2013

Olvidos


Ya no se acuerda de la hora en que tenía que vaciar los floreros. Tampoco de dónde estaba el lavamanos. No se acuerda ni siquiera de si a los pétalos que empiezan a marchitarse hay que arrancarlos o darles tiempo de caerse solos. Por más que lo intenta no logra recordar si puso el tejido de su abuela bajo el florero de vidrio, o como posavasos del pocillo del té. Hace memoria, toda la que puede, y no acierta a saber dónde dejó el chocolate que le regalaron para que acompañara su tinto de las diez de la mañana.
Va pasando por la sala, cuando lo que quería era entrar a la cocina, y ve un libro sobre la mesa. Lo toma, lo abre, y sabe que lo ha leído ya. Pero no se acuerda de nada, ni siquiera recuerda si el separador de páginas está donde debería estar. De hecho, duda incluso de que ese libro sea suyo.
De repente, siente una nostalgia irrefrenable, y ni siquiera sabe por qué. Deja el libro sobre… ¿dónde? No lo ve. ¿No tenía un libro entre las manos? Él pensaba que estaba en la sala, pero está en su alcoba. La cama está destendida a pesar de haberla tendido varias veces en el día. Una sospecha, no sabe de qué, le entra a la cabeza; camina de la mano con la nostalgia.
Va a la mesa de noche y levanta el auricular del teléfono. Escucha el tono durante 30 segundos y cuelga. Se queda pensando, no sabe en qué. Abre el cajón de la mesa de noche, busca entre sus papeles y encuentra un número telefónico bajo el nombre de. No se acuerda de a quién pertenece ese nombre. Pero no importa, decide levantar de nuevo el auricular y disca los seis números escritos con tinta negra. En el auricular no suena más que silencio. Se queda esperando, hasta que suena el tono intermitente.

    ¿Aló?
    Sí, buenas tardes —dice el tono intermitente—, ¿a quién necesita?
    Al señor. Tengo este número en un papel y no logro recordar.
    En este momento no lo puede atender el doctor. Pero le recomiendo que llame más tarde, y si no lo logra atender el doctor, puede preguntar por.
    ¿Por?
    Sí, por.
    De acuerdo —coge papel y lápiz—. ¿Me repite por favor el nombre?
     

Cuelga el auricular y deja el papel sobre la mesa. No sabe dónde está el lápiz con el que anotó el nombre de. Escucha un maullido y recuerda, no sabe cómo, que el tazón del gato está vacío. Tiene que ir a la cocina. Abre la puerta de la alcoba y sale y entra al baño. ¡No! Abre la puerta del baño y sale y entra a la sala. ¡No, no! Mira por la ventana de la sala hacia fuera y da un paso hacia atrás. Ha entrado a la cocina. Busca el tazón del gato, pero no lo ve por ninguna parte. Abre un armario en donde está toda la loza. Abre otro armario que está vacío. Solo tiene dos armarios, así que no sabe dónde está la comida de su gato. Se dirige a la nevera. Un imán sostiene una cuerdita de colores. La toma y se halla, repentinamente, encartado. No sabe qué hacer con la cuerdita. Desesperado, abre la puerta de la nevera. Saca un plato que tiene pollo y lo mete al microondas. Vuelve a maullar el gato. Voltea, y ya no sabe para qué volteó. Se encamina a la puerta y piensa en su gato.
Hay algo raro. ¿Por qué recuerda al gato? Se recuesta sobre el marco de la puerta y decide lo siguiente: “no, yo no tengo gato”. Esto le parece una noticia terrible y llora. Llora desconsoladamente. Llora lágrimas saladas que caen precipitadamente al piso. Llora como si estuviera en la cima de la montaña rusa y el carrito empezara a bajar precipitadamente sin ningún tipo de elemento de seguridad, mientras grita a todo pulmón. Llora como si supiera por qué está llorando, como si conociera la razón de su llanto desde niño, desde antes de nacer, desde antes de la eternidad. Llora, llora, llora.

Da un paso hacia delante y levanta el auricular. Marca los seis números de nuevo. Espera a que dé el tono intermitente de nuevo.

    ¿Aló? —dice el tono.
    Buenos días. Estoy buscando al doctor.
    El doctor aún no ha llegado.
    ¿Entonces podría, por favor, comunicarme con?
    Un momento.
    Muchas gracias —dice, y después de dos segundos cuelga.

El auricular toca el teléfono y suena la campanita celestial que indica el final de la llamada. El gato maúlla. La cama está tendida. El libro sigue sobre la mesita de la sala. Él mira hacia fuera por la ventana y ve como si dentro de la garganta de Krishna estuviera viendo el universo. Cierra los ojos para guardar esa imagen como una fotografía, pero inmediatamente olvida para qué había cerrado los ojos.
Desesperado, levanta el auricular del teléfono. Marca los seis números. El tono intermitente ya no suena.

8 de abril de 2013

No es verdad


No es verdad. No es verdad. No es verdad.
Esta es mi nueva plana; no es verdad.
No, por más que se sienta cierto no es verdad.
Por más que exista el pasado. No es verdad.
Por más que haya futuro posible. No es verdad.
Como en los sermones de la iglesia me repito: no es verdad.

Es imprescindible recordarlo para no romperse.
Hay que saberlo para no caer siempre en el mismo error.
Y si se olvida, hay que repetirlo nuevamente: No es verdad.
Que sea como un mantra de la vida: No es verdad.
Así tus pies sean de carne y hueso, no es verdad.
Así tus manos sean de carne y hueso y flores, no es verdad.

Así tu pelo huela a cítricos refrescantes, no es verdad.
Y si tus uñas a veces huelen demasiado a esmalte, no es verdad.
Si tu nariz es tan suave como tu mejilla, no es verdad.
Si tus brazos saben más del oriente que de abrazos, no es verdad.
Si tienes frasquitos llenos de arena y hojas perfumadas, no es verdad.
Si tienes más de un estómago para llenar, tampoco; tampoco es verdad.

Que el gancho perfecto sea a la altura del ombligo, no es verdad.
Que una de las comidas más aromáticas sea la de Irán, no es verdad.
Que primero fue la luna, llena de aromas, detrás de una casa, no es verdad.
Que hubo conejos verdes, conejos pardos, y morsas andantes, no es verdad.
Que los lunes son el mejor día de la semana, no es verdad.
No es verdad. Así lo tenga metido en la cabeza, no es verdad.

No es verdad que al dar un paso la cintura haga un círculo perfecto. No es verdad.
El síndrome de abstinencia, la cama tan grande, no son verdad.
Que la vida encaje, a veces, como dos piezas, de manera perfecta; no, no es verdad.
Que haya distintas maneras de amarse, de quererse, no es verdad.
Que tu cintura se mueva al ritmo de la darbuka, no es verdad.
Que hayas nacido con los ojos del desierto de la arena más fina, no es verdad.

Hallar seguridad y calma en un pecho, no es verdad.
Las noches fuera de todo, negando cada regla, mintiendo, a escondidas, no son verdad.
Tu cuello de paloma, no es verdad.
Tu nuca, de pelos que bajan hasta el cerviz, con cada uno de sus vellos, no son verdad.
Tu espalda, en frente; tu rostro, de lado; tu pelo, cubriendo tu rostro, no son verdad.
Tus lágrimas de siempre, de la primera noche, del último día, no son verdad.

Las tardes de cine, las noches de velas y música y baños y aceites, no son verdad.
Tus labios, debajo de tus dientes, mordiendo: el deseo no es verdad.
Las palabras, tantas, tantísimas, escritas o dichas, no son verdad.
El veintitrés de octubre, la falda de colegiala, “conociéndote”, no es verdad.
Las mentiras, ni siquiera las mentiras ni tampoco las cosas honestas, no son verdad.
Tus labios, tan rojos a veces, tan rojos, no son verdad.

Tu sonrisa que es grande, que es bella, no es verdad.
Tus palabras, tu voz, tus sensibles orejas, no son verdad.
Tus viajes, tantos, todos esos, tus viajes, no son verdad.
Las diosas existen; tú, como diosa, tú, tú, tú; no eres verdad.
No, no es verdad. No es verdad. No es verdad.
Tanto trago, tantas noches, tanto de todo, de todo, de todo, no es verdad.

Que el mundo exista, tan bello, tan grande, tan lejos, no es verdad.
Que la comida sabe más rico, no es verdad. Maldita sea, la comida sabe siempre a lo mismo.
Ravioles, lomo salteado, pastas al burro, copas de vino caliente no son verdad.
Nada es verdad. Nada es verdad. Nada es verdad.
Tu voz, tu aliento, tu ojo derecho, tus dedos, tu frío en las noches, no son verdad.
Los poemas románticos de la última noche, no son verdad.

Nada es verdad. Nada es verdad. Nada es verdad.
Nada de esto es verdad. Nada de esto es verdad.
Quizá, si lo repito, si nada de esto es verdad, tampoco será verdad el final.
Los finales no son verdad. No son verdad. No son verdad. Porque la vida tampoco es verdad.

1 de abril de 2013

Lento


Para lo que no se entiende con sonrisas
para lo que no se explica con palabras
para lo que no respira fresca brisa
está el tiempo, a veces, si no lleva prisa

Para un lunes por la tarde
para una larga historia incomprensible
Para un corazón que arde
está el tiempo, a veces, apacible

Pero el tiempo también arde
y se cansa de tanto pasar
lento, valiente o cobarde
y derrumba nuestro último pilar

Quedamos solo en el espacio
nos enfrentamos al mundo real
vacío, gigante, con mucho cansancio

y, deseando que todo pase, despacio,
que todo pase como sea ideal
nos olvidamos del tiempo certero, brutal.