Aún
ciertos del futuro,
sabiendo
que las cosas son mejor así,
aún
siendo dueños del destino,
nos
abraza el dolor para calmarnos.
Nos
ofrece su hombro amplio,
sereno a
veces; una tormenta otras tantas
nos hace
jirones para rearmarnos,
y nos da
la calma del cielo despejado.
Asfixia
el corazón o el alma, que es lo mismo,
y sube,
buscando liberar el llanto;
es
entonces como un río
un río
que llega al mar y no lo entiende
que ya no
sabe qué pretende
un río
que, poco a poco, ya no lo es tanto.
Y
mientras venimos de un sitio, a otro llegamos.
Nos vamos
transformando a otro cuerpo
quizá
sabiéndolo, quizá ignorándolo
sentimos
otros besos, caricias y abrazos.
Puede dar
vida o dar muerte el dolor
pero
transforma, en cualquier caso.
Nunca nos
deja inertes en el tiempo,
siempre
nos mueve; lo difícil es dar el paso.
Pero una
vez lo hemos dado, viene la calma
y no
viene sola; viene con un mundo nuevo,
y ahora
podemos transformar lo desconocido
podemos
hacer del incendio una llama
podemos
hacer de la tormenta un suspiro
y ser un
mar que sabe lo que es ser río.
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