¿Y si no
tengo nada que perder?
Quisiera,
por un momento, depurar la vida.
Hacer un
filtro de hechos consumados;
otro, de
sucesos que no dependen de mí.
Quitarle
a los lugares
su
naturaleza de destino;
espacios
en los que estamos
porque en
algún lugar debemos estar.
Nada más
que eso.
El agua,
porque moja;
el aire,
porque refresca;
los
abrazos, porque dan calor.
Quisiera
quitarle a los objetos
su
naturaleza de pertenencia y utilidad;
cosas con
las que nos relacionamos
porque la
piel siente y el estómago pide.
Nada más
que eso.
El hogar,
porque cobija;
la ropa,
porque abriga;
las
flores, porque sí.
Dormir,
porque descansa;
salir,
porque el aire, porque los lugares;
caminar,
porque cada paso;
un tinto,
porque la calidez;
la
palabra, porque tú, porque yo.
Las
miradas,
las
sillas,
el pasto,
los
libros,
un poema,
tu voz,
mi piel,
un árbol,
el
verano,
las
sonrisas,
dos
labios,
los
párpados,
el
almuerzo,
después,
el postre,
la tarde,
la
música,
el tiempo
que nos separa,
el
espacio que nos separa,
los
momentos que nos unen,
esas
miradas
que son
abrazos
y besos
y
palabras
y veinte
años
o un
segundo;
nada más
que eso.
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