4 de marzo de 2013

¡Ar!


Estamos terriblemente organizados
todo en su respectivo lugar.
La cama, en el cuarto
El techo, arriba
Las matas, en las materas
Las montañas, en el horizonte
El sol, en el oriente
Los pobres, en la calle
Los un poco menos, en casas de cartón
Los que algo pueden, en casas de madera
Los que pueden un poco más, al sur
Y así, hasta el norte
Hasta las mansiones de los ricos
La finca del señor presidente
Las tierras de los terratenientes
Los clubes de campo para descansar de tantas monedas.
En los colegios, forman por tamaño
Y están los niños
Antes, en el jardín
Después, en el técnico, en la universidad
En el trabajo, trabajando
En la calle, caminando
En la casa, aseando.
Sabemos que estamos terriblemente organizados
cuando para desorganizarnos nos organizamos
en las discotecas, bailando
en los karaokes, cantando
en los barra-libre, embriagándonos
en los corros, drogándonos
con las mismas canciones de siempre
en los mismos sitios de siempre
con las mismas drogas de siempre
que todos escuchamos
que todos frecuentamos
que todos consumimos.
Leemos las mismas cosas
conocemos a los mismos famosos
vemos los mismos realitis
las mismas telenovelas
las mismas películas en cine
(curioso: la película que ven pocos,
los diferentes,
salen de cartelera).
Es un milagro que pensemos distinto
es un milagro que desacordemos en cosas simples.
Quizá ese sea el desorden
que nos salve de tanto orden.

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