Se
tomó varios meses levantando aquella extraña figura vertical. No
salía de su casa hasta no haber logrado que la estalagmita creciera
al menos un centímetro más que el día anterior. Eso le costó,
además de un gran sufrimiento, el trabajo, su novia y su amante, su
pájaro, que murió por desórdenes alimenticios, el servicio del
agua, de la energía y del gas, le costó la multa de los días que
se demoraba en pagar el arriendo de su pequeño apartamento, le costó
las clases de pintura, las invitaciones de varios amigos que ya no lo
volvieron a llamar.
Primero
llevó a su mejor amigo, que, intrigado, esperaba ver una gran obra
de arte en la casa del hombre, a quien, con cierta sorna, comenzaban
a llamar 'artista'. Siempre lo había creído un poco loco, pero
nunca se habría imaginado que aquella extraña figura vertical fuera
la razón de su encierro.
Luego
llevó a su novia. Después de tener sexo durante cerca de una hora,
la llevó emocionado al estudio vacío, en donde no había nada más
que una figura deforme en el centro, que se levantaba tímidamente
del suelo. Ella no supo cómo reaccionar. El artista llevaba meses de
trabajo y siempre hablaba de su obra con misterio. Es cierto que no
podía saber qué esperar, pero nunca se imaginó aquella figura
cuneiforme en el centro de una sala vacía donde lo más cercano a la
belleza era la luz que entraba indiscriminadamente por el techo de
vidrio. Lo miró, y al ver su cara de felicidad lloró lentamente,
tomando aire como si fuera un pequeño ataque de asma. Se fue sin
decir nada. En la noche llamó para decir, Tienes que llamar a un
psicólogo. Él tiró el teléfono.
Su
amante no se creía con juicio para juzgar ese tipo de cosas; aún
así, él tuvo mucho cuidado de mostrarle primero el estudio, antes
de llevarla a la cama. Quizá eso fue decisivo. No dijo más que Tú
sabes que yo no entiendo de estas cosas. Y se fueron a la cama, pero
durante el encuentro él no dejaba de pensar en si habría hecho algo
mal; además, estaba extremadamente preocupado por ocultar sus
cicatrices. Echó a su amante de la casa antes de que ninguno pudiera
tener un orgasmo, y entró al estudio para seguir trabajando. Se hizo
la promesa de no abrirle la puerta a nadie más. Si no podía
compartir libremente su trabajo con su mejor amigo, su novia y su
amante, entonces no podría compartirlo con nadie que pudiera
visitarlo alguna vez.
Durante
tres meses no recibió llamada alguna, excepto la de su casero,
exigiéndole que se pusiera al día con sus mensualidades. Lo hizo de
mala gana, solo porque no quería problemas con el sitio en que ya se
había habituado a trabajar. Sin vida social, sin presiones externas,
aquella figura vertical creció varios centímetros en poco tiempo.
La base tan solo se hacía más ancha cuando se hacía necesario para
el equilibrio de la estalagmita, que crecía recta hacia el cielo.
Los
vecinos se comenzaron a quejar del mal olor. Esto lo obligó a poner
ambientadores y a encerrarse él mismo en el estudio, colocando
trapos que taparan todas las aberturas por las que pudiera salir el
olor concentrado. Cuando el oxígeno comenzó a agotarse, abrió la
ventana que tenía dispuesta en el techo. Después de todo ya era
necesario para poder seguir erigiendo la mórbida escultura que
engordaba y crecía a medida que él se hacía cada vez más flaco,
contraído, abstraído, reducido.
Nadie
pareció notar, quizá por la lentitud del crecimiento, cómo se
empezó a asomar una nueva torre como un sombrero de brujo sobre los
techos de la ciudad. Le tomaba varias horas llegar a la cima de su
estalagmita, más que por su altura, por la debilidad que aquejaba a
su reducido cuerpo. En la noche la humedad lo habría hecho resbalar,
pero en el día el sol secaba el extraño tótem rápidamente, hacía
cicatrizar aquella extraña figura vertical que comenzaba a superar
los más altos techos. Será un nuevo edificio, decía la gente. El
sol salía, la tierra giraba, y la sombra cubría, a pedazos, cada
rincón de la pequeña ciudad. En las noches, según desde donde se
mirara, la luna se posaba en la punta de la estalagmita gigante, como
si fuera un oscuro árbol de navidad.
Un
día aquella extraña figura vertical dejó de crecer. Nadie se
preguntó nunca por aquel evento. El estudio, con el techo abierto de
par en par, estaba para siempre encerrado desde adentro, pues solo
desde adentro se podía abrir y cerrar.
Los
extranjeros la conocían como la ciudad de la estalagmita, mientras
que para sus ciudadanos seguía siendo la misma ciudad de siempre,
con las cosas de siempre y la gente de siempre. Nada más.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario