Haría falta que las palabras tuvieran sabor, que tuvieran
un cuerpo tangible y sensible; oloro, sonoro, visible en tres dimensiones. Así
uno sabría si lo que está cocinando sabe bien, y definir un punto de cocción.
Definir si es agradable al tacto, o si simplemente son duras, suaves, lisas o
rugosas para saber si la escultura está adquiriendo el cuerpo deseado.
Haría falta poder ver las palabras por delante y por
detrás, comprender su contundencia completa, saber si son gordas, delgadas,
altas, bajas, gigantes o pequeñas. Agarrarlas y apretarlas para ver si resisten
cualquier embestida. Sacudirlas a ver si no se marean, si no vomitan sangre o
si sí lo hacen si es eso lo que se busca.
Haría falta tenerlas en cuerpo y alma desnuda para poder
apreciarlas de primera mano. Besarlas, oírlas decir lo que piensan, ser capaz
de saber lo que callan. Saber, en definitiva, si se fracasan o no las metas
propuestas.
Y cuando dejan de hacer falta todas estas cosas, y uno por
fin les da un cuerpo y las saborea; cuando las ve en toda su imponencia o
impotencia bajo la luz de la realidad; cuando, finalmente, se tiene algo a lo
que estrangular hasta asfixiarlo si así se desea; cuando las palabras se hacen
reales; es ahí cuando uno se da cuenta que de nada sirve nada de nada. Porque
vuelve a dar hambre, porque el sabor se esfuma, porque el tacto desaparece en
cuanto se deja de tocar, porque ya no se oye la música cuando las cuerdas han
sido tocadas. Y queda uno satisfecho, por un momento, hasta que vuelve a dar
hambre. Y entonces siente necesidad otra vez de todo, de cada vez más, de
seguir cocinando y esculpiendo y tocando y estrangulando y acariciando y
oliendo y saboreando; y es ahí donde uno se da cuenta que ni siquiera todo
sirve.
Y ya solo queda decir adiós, para mañana levantarse a un
nuevo día, hambriento de todo, sensible de nada.
23.
Lo que es, no será.
Lo que fue, ya no es.
Lo que viene, se acabará.
Ley de la belleza.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario