12 de abril de 2012

Soliloquio del individuo que no sabe de sí

Es agobiante el futuro, pero me tranquiliza saber que no soy nadie. El peso cede, el cansancio recae. Me tranquiliza saber que no soy nadie porque el futuro es incierto. Me tranquiliza saber que mañana seré el mismo, uno más, que no me distingo más que por el rostro, el color de mi piel y mi religión.
Ayer no podía dormir, pero hoy ya puedo. Hoy puedo dormir sabiendo que todos son como yo. Hoy puedo dormir sabiendo que mañana veré en el vecino una cara conocida, en el panadero, en la señora que siempre sale en pijama. Ya no debo preocuparme de pequeñeces; sé que nadie me necesita más de lo que él mismo podría darse, pero no puede. Sé que nadie necesita a nadie, más que para lo que no puede hacer por sí mismo. Adán y Eva con seguridad fueron alguien, con seguridad se sintieron atormentados, sabiendo que eran los únicos. Y no les bastaba con entregarse el uno al otro.
El ser humano, en el principio, necesitó ser alguien. Yo ya no necesito ser nadie, y eso me tranquiliza. Me tranquiliza saber que puedo dormir cobijado en el anonimato. Puedo salir al parque y nadie se va a fijar en mí, puedo tocar el piano y nadie se va a fijar en mí, puedo correr, saltar, cantar, y sé con seguridad que nadie se va a fijar en mí. Ya no necesito pensar más, sé que el futuro no va a cambiar nada. No hay destino para quien no es nadie, y nadie podrá hacerme cambiar de parecer. ¿Y entonces, ahora qué me queda? La tranquilidad de la vida. Nací como todos, crecí como todos, sufrí como todos y terminaré como todos, bajo tierra. También me tranquiliza saber que una vez muerto no seré nadie más de lo que fui en vida, seguiré siendo yo mismo y estaré enterrado junto a todos hasta que a la tierra no le quepan más muertos, y entonces empiecen a sepultar los cadáveres sobre la tierra, a la vista. Quizá yo sea el primero. Pero hoy tengo la certeza y la tranquilidad de que a nadie le importará. A lo mucho se pondrán un tapabocas.
Me tranquiliza no ser nadie, y saber que no seré nadie más de lo que ya soy. Me tranquiliza no ser nadie, y saber que moriré así.
Y aún así, me sorprende sobremanera un pequeño detalle. Me sorprende que, a pesar de saber que no soy nadie, que no fui nadie, que no seré nadie y que así moriré, me sorprende que estoy aquí…

Me cercioro: me pongo la mano sobre la cabeza. Cierro los ojos, los abro. Muevo las orejas. Subo el pie, lo bajo, lo estiro, lo contraigo. No soy nadie... pero estoy aquí.
Me cercioro: sigo tecleando, me huelo, tengo sueño. Pienso nostálgicamente, alegremente, eróticamente. Me cojo el sexo, siento el corazón latir; no poéticamente, no sentimentalmente. Ahí está, lo siento latir. Estoy aquí.
Me cercioro por tercera vez: Me pongo de pie, me siento. Tengo sangre, tengo barriga, tengo codos. No soy nadie y aún así estoy aquí.
Esto me sorprende. De nuevo: Cabeza, ojos, orejas. Pie. Dedos, olor, sueño. Nostalgia, alegría de verte, alegría de saber que estás conmigo en la cama. Me toco el sexo, esta noche estoy solo. El corazón late solo. Me paro, me paro en un pie, cierro los ojos. Abro la boca con la mandíbula apretada. Digo «Dios, Dios, Dios. Fin, fin, fin. Caca. Sexo. Semen. Catolicismo y aristocracia. Política, poesía, Chile, España.» Abro los ojos perplejo y continúo: «Dedo, pie, rodilla, fémur, cadera, pene, cola, abdomen, torso, pecho, tetilla, tetilla, cuello, labios (decir labios pensando en que estás diciendo labios con los labios es sorprendentemente intrascendente), labios, labios, labios (me cercioro), nariz, ojos (parpadeo dos veces), cejas, pelo…. Labios otra vez, lengua dientes paladar campanilla aliento aire pulmones diafragma.”
Paro de decir cosas y respiro. Hablar solo no es bien visto, y menos parado en un pie. Me tranquiliza saber que no soy nadie porque el futuro es incierto, y aún así, me sorprende que, pese a todo y con todo, estoy aquí. Parado en un pie.

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