Buenos días a todos y a
todas. En esta ocasión he venido ante ustedes con las manos abiertas y los
brazos extendidos. Sé que no es común ver a un muerto en esta posición, pero
así siento que me dirijo a ustedes con mayor empatía.
Sé que mi voz, para ustedes,
no es más que una voz del pasado; siempre ése ha sido el orden de las cosas. Y
sé que los que me escuchan saben de mi muerte, saben cuántas veces caí al suelo
y saben cuántas me levanté. Saben que no estuve solo. Agradecería que me
recordaran. Tómense un minuto para hacerlo. Quizá hasta puedan recordar cuántos
hoyos hicieron en mi rostro, cuántos tiros me pegaron, desde qué altura caí o
incluso qué tan repentina fue mi muerte después de la explosión. O quizá tan
solo prefieran pensar en mí como algo que no llegó a suceder y murió antes siquiera
de nacer.
¿Saben? Antes de morir fui
muy importante. No había conversación en que no me mencionaran, mesa en que no
bebieran vino a mi salud, en todo el país se hablaba de mí y de cómo, gracias a
mí, o por culpa mía, daría el vuelco la historia patria. Yo sé que ahora pocos
de ustedes me recuerdan, pero sepan que cuando vivía fui grande. Llegué a ser
portada de periódicos, llegué a sacarle las canas al señor presidente de la
república e incluso hice reír a algunos descreídos que nunca supieron quién era
realmente este hombre con tan poca presencia y tan delgada voz.
La vida me encantaba, era
tan feliz que ni la muerte se me pasaba por la cabeza, aunque si no hubiera
sido por mi muerte nunca habría sabido cómo era navegar por las aguas del río.
Nunca habría sabido qué es volar junto al viento, o ser enterrado bajo tierra y
sentir cómo hay una pequeña raíz que insiste en hacerte cosquillas. Eso se lo
agradezco a la muerte; me permitió conocer lo que en vida nunca hubiera
conocido y nunca hubiera sabido conocer.
Pero ustedes se
preguntarán (veo cómo susurra el señor con su vecino) quién diablos era yo. Les
diré que ésa no es una duda fácil de resolver, y si no fuera por el tiempo que
les apremia a ustedes, los vivos, les contaría en detalle de qué se trata este
encuentro, de qué se trata esta pequeña charla de ultratumba, pero no quiero
aburrirlos; al fin y al cabo cuando mueran sabrán a la perfección de qué estoy
hablando.
Claro, dirán ustedes que
entonces qué diablos es lo que están haciendo aquí. Querrán que los deje vivir
en paz; ya tendrán tiempo para esto cuando estén muertos. Pero es ahí donde se
equivocan y es ahí donde se explica la razón de nuestra reunión secreta. Es
decir, yo no les recomendaría que anduvieran por ahí diciendo que un muerto
empezó a hablarles desde el atril que estaba destinado al señor rector, así
repentinamente sin previo aviso ni presentación adecuada. Podrían considerarlos
locos, o peor aún: podrían considerar que saben demasiado y que hay que
callarlos. Menos mal los muertos hablan, ¿eh? He aquí la muerta prueba de ello.
Para hacer de esto un poco
más lúdico y llegar más rápido a lo que vine a decir quiero que me sigan en un
juego. Discúlpenme ustedes si les parece un poco espeluznante y/o doloroso,
pero si se atreven a quedarse hasta el final entenderán por qué tal
atrevimiento. Quiero que piensen, por favor, en su muerto más reciente. Yo sé
que ni siquiera saben quién soy y que no tengo ningún derecho a pedirles tal
cosa, pero por favor piensen en su reciente abuelita muerta, su madre, su
padre, hermano o hermana; piensen en la muerte más cercana que les haya dolido
recientemente.
Antes de avanzar, me
gustaría que entiendan que yo ya estoy muerto, no pueden ustedes juzgarme desde
ese lado del auditorio por lo que les pido. Ahora, por favor, recuerden el
dolor que les produjo. El mío es grande pues se trata de mi propia muerte. Yo
sé que no es común proponer un juego como este, pero es por una buena razón, y
espero que también por un fin que vale la pena.
Ahora, para la siguiente
parte del juego, quiero que piensen en esa última muerte como una idea. Una
idea que al morir les dolió tanto como la muerte de su ser amado. Una idea que
estuvo siempre viva mientras ustedes nacieron y crecieron, hasta que algo le
sucedió. O más doloroso aún, una idea que nació después de ustedes; una idea
que vieron nacer, coger fuerzas, crecer con la ayuda de otras ideas hasta que
fue una idea grande y fuerte, hasta que ¡paf! Murió. Y ustedes ni se dieron
cuenta porque para cuando ya lo habían notado, era una idea muerta.
Y entonces ustedes
siguieron viviendo como si nada hubiera pasado, porque a todo muerto hay que
dejarlo atrás para sobrellevar la vida. A todo muerto hay que dejarlo en un
espacio donde no lo recordemos a cada momento, y si lo hacemos es preferible
que ya esté bien enterrado y no podamos verle la cara nuevamente.
Y entonces entro yo a
jugar. Aquí es donde se desquitan ustedes de lo que les acabo de hacer pasar y
se vengan de mí. Mi parte en este juego es contarles de las muertes que yo
recuerdo, y que yo soy. Porque sepan que no estoy solo. Una vez muerto, estás
muerto con todo lo muerto (así como cuando estás vivo estás vivo con todo lo
vivo).
Y aunque cuando se está
muerto ya no hay nada que hacer al respecto, siempre duele un poquito más
estando muerto que estando vivo.
A los curiosos que todavía
se preguntaban por mí, soy aquellos que murieron dentro de las cámaras de gas
nazis. Soy aquellos niños que no pudieron ser más que niños, y que están aquí
dentro de este cuerpo muerto. Yo soy el Che, después de ser raptado y asesinado
en Bolivia. Yo soy Abel y soy Caín ya muerto. Yo soy dios para algunos, para
aquellos quienes piensan que dios ha muerto, y soy el olvido, soy cada muerto
no recordado. Soy Eduardo Umaña, Camilo Torres, soy Lennon y soy Kennedy. Pero
también soy todo impulso de amor no correspondido, que es otro tipo de muerte.
Yo soy mi abuela, mi madre y yo misma, y mi hermano, todos muertos, y puedo
hablar de mí como si fuera una mujer y puedo hablar de mí como si fuera un
hombre pues después de la muerte ya solo importa lo que fuimos todos juntos,
porque son ustedes, los vivos, los que nos juzgan, los que nos recuerdan, los
que nos clasifican o los que nos olvidan. Y no solo soy hombre, mujer o niño,
soy también todas las ideas que nunca fueron, soy todas las revoluciones que no
sucedieron, y eso es más importante que todo ser humano que pueda habitarme,
porque es por esas ideas muertas que soy como soy, y es por esas esperanzas
muertas que soy lo que soy. La muerte no sería la misma sin tanta historia que
lleva adentro. Y vengo aquí en nombre de todo lo muerto, en persona, albergando
la gran historia universal de los tiempos. En mí hablan los egipcios, los
romanos, los renacentistas, de los primeros hombres de la Tierra hasta los últimos
que vivieron, de los olvidados hasta los que permanecen en el recuerdo. Y vengo
tan solo a decirles una cosa:
No dejen morir la vida. No dejen morir sus
ideas, ellas son las que más pesan en la historia, y las que más duelen. No
vayan a permitir que les maten lo único que tienen, no vayan a permitir que les
digan qué hacer, y cómo hacerlo, y menos ustedes, que están pariendo el futuro
mismo de la vida. No es gratis que haya indignados en todo el mundo, no es gratis
que la inconformidad empiece a tener más fuerza que los poderosos. Ustedes
están a punto de concebir una nueva era donde son ustedes los que vivirán el
mundo que viene. No permitan que sean otros los que vivan el mundo que ustedes
están haciendo, porque una vez muertos ya solo tendrán este cuerpo que es la
historia y que es la muerte, y que carga con tantas cosas que el peso de su
propia historia de muertes le duele. Cuando mueran estarán de este lado del
auditorio, así que tomen la vida en sus manos, que la vida es de todos, y no de
unos pocos. La vida está de ese lado del auditorio, donde está el pueblo, y no
de este donde solo está quien tiene el micrófono. Quién dijo que hacía falta un
micrófono para hacerse escuchar. Solo los que están solos necesitan del poder.
Pero ustedes no, ustedes ni siquiera necesitan un escenario y un atrio con el
escudo de su país para hacerse escuchar. A los muertos, los muertos. A los
vivos de ahora y de siempre, a ustedes, todo lo que les queda por vivir. Al
pueblo lo que es del pueblo. Y no dejen morir sus ideas, que yo, la Muerte, ya no aguanto más
este peso impotente del futuro perdido.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarAbsolutamente feliz con esto que escribes. Sentido, apacible, certero.
ResponderBorrarGracias por escribir, por pensar.
¡Gracias, Sara! Qué bonito comentario.
ResponderBorrarEs hermoso, no dejar morir, vivir con los otros, en los otros.
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