Hagamos evidentes las metáforas,
destrocemos cierta poesía para ver si queda algo de ella.
Digamos que las flores ya no son flores;
son vaginas abiertas
y el fresco rocío de la mañana
son sus secreciones.
Digamos que los bosques dejan de ser bosques por un día;
los declaro el bello púbico
que guarda lo que antes fueran flores.
Por hoy no se necesitan barcos para recorrer tu cuerpo,
por hoy las vergas no son vergas de mar;
hoy mis dedos están sobre tu piel
que no tiene otras palabras.
Hoy dejo de ser inmortal y de morir,
ya tu presencia no afecta mi supervivencia;
estoy contigo, estamos vivos simplemente,
como cuando voy por la calle,
como cuando tomo leche,
como cuando tengo frío.
Si tu piel se sonroja, es eso.
Si tus manos agarran con fuerza las cobijas, es eso.
Si gimes y se te escurre la saliva, pues eso es.
Hoy quiero quitarle la poesía a la poesía, a ver qué queda.
Ya no me haces el amor en verso,
ya no recorro el mundo en cada orgasmo,
ya no eres mi viento, mi fuego o mi tierra;
eres lo que eres en el instante en que lo eres.
Cuando me gritas, mis oídos se incomodan.
Cuando me acaricias, siento cosquillas.
Si te miro, te veo. Si me miras, me ves.
Estamos recostados sobre la cama
ya despojados de toda poesía.
Solo quedan nuestros cuerpos desnudos,
los restos de semen sobre las sábanas que tendremos que
lavar,
tomados de las manos, mirándonos,
sintiendo el sabor a sexo en la boca.
Hoy beso tus labios,
hoy pongo mi mano izquierda sobre tu seno izquierdo,
hoy te miro a los ojos
cubiertos por una leve capa de lágrimas
que no demorará en caer sobre la almohada.
Hoy me abrazas,
pones tu cabeza sobre mi pecho,
me dices te amo, te quedas dormida,
te digo te amo, y duermo también.