Hoy, como siempre, repaso mi cuerpo.
Soy el mismo.
Tengo dos manos, como ayer;
mis labios quizá estén un poco más
resecos.
Repaso mi cuerpo, desnudo, y lo
confirmo:
soy el mismo.
Quizá un pelo de más, quizá un pelo
de menos,
quizá la piel un poco más cerca de la
muerte.
Mi altura no cambia, por lo menos no
perceptiblemente.
Emito un sonido y lo confirmo:
mi voz no es otra que la que fue ayer.
Y entonces, ¿a qué viene esta
tristeza?
No lo sé. La nariz sigue en su sitio.
Nada se ha hecho más grande ni más
pequeño,
los malos olores siguen siendo malos
olores,
no he perdido ningún diente.
Me miro en el espejo, pero ahora dudo:
¿ese joven que me mira, inmóvil, soy
yo?
Sí, soy yo.
Sigo siendo yo.
Y aquella mujer que antes me vendía
hamburguesas,
y ahora pide limosna en el barrio, ¿es
la misma?
Repaso su cuerpo como el mío.
Tiene dos manos, como ayer;
sus labios quizá están un poco más
resecos.
Repaso su rostro y lo confirmo;
es la misma.
El pelo, sucio; la piel, llena de
tierra.
Emite un sonido y lo confirmo:
su voz no es otra que la que siempre
escuchaba.
Los malos olores se acumulan;
no ha perdido ningún diente.
Sí, es ella.
Sigue siendo ella.
Y entonces, ¿qué hace durmiendo en la
calle?
No lo sé. A quién podría pedirle
respuestas.
Me mira, inmóvil, mientras me pregunta
cómo estoy.
Triste, pienso. Muy triste.
Las palomas siguen escarbando la basura
de cada esquina.