¿Palabras?
No. Hoy
no quiero palabras.
Hoy
quiero tocar, sentir, besar.
Hacerle
un altar al tacto.
Saber
cómo se siente la madera
el
asfalto, los frijoles, un cubio,
el agua,
el mármol, un prado mojado,
la piel,
la piedra, la papa pastusa.
Quiero
hacerle, además
un altar
al olfato, al placentero
y al que
no lo es, al que en vez de verso
parece
prosa, y de la mala.
Saber a
qué huele un pedo de bruja,
un nardo,
una fresia, el eucalipto,
a qué
huele el cuello de una mujer,
recordar
el olor del saco de rombos de mi padre.
Quiero
saborear exóticos platos
y
corrientazos de tres mil pesos
y dulces
de anís y chicha de maíz morado
y sal
marina, mineral, y sudorípara.
Pizza
hawaiana, acetaminofén,
sal,
pimienta, albahaca y limón,
isodine
bucofaríngeo, agua de la llave,
de
botella, del río, de un lago, de la lluvia ácida.
Quiero
oír gritar a la gente,
sin
importar las palabras.
Bien
pueden cantar Carmina Burana a capella
bien
pueden vociferar una de Velosa y los carrangueros.
Oír
cantar a un colibrí. Oír el llanto,
la risa,
el rechinar de dientes, una guitarra,
un
tambor, un martillo, un taladro de metal,
el río de
carros, el río de gente, el chillido de las ratas.
Hoy
quiero ver paisajes y edificios,
luces,
sombras, círculos, otras cosas inútiles de la geometría.
Ver a
Dios, si se puede, ver gritar,
ver
llorar, correr, parar, salir, entrar.
Quiero
ver el rojo, el azul, el verde, el blanco,
lámparas,
rosas, puentes, catedrales o casas de cartón,
camellos,
perros, gatos, libélulas, arañas,
el
arcoiris, un pedazo de carne, un cuadro de Magritte.
Hoy
quiero que en vez de palabras
la poesía
sea de los sentidos.
Olvidarme,
por hoy, por un momento, de las palabras,
y mirar el universo detrás de un par de ojos
negros.