Es
agobiante el futuro, pero me tranquiliza saber que no soy nadie. El
peso cede, el cansancio recae. Me tranquiliza saber que no soy nadie
porque el futuro es incierto. Me tranquiliza saber que mañana seré
el mismo, uno más, que no me distingo más que por el rostro, el
color de mi piel y mi religión.
Ayer no
podía dormir, pero hoy ya puedo. Hoy puedo dormir sabiendo que todos
son como yo. Hoy puedo dormir sabiendo que mañana veré en el vecino
una cara conocida, en el panadero, en la señora que siempre sale en
pijama. Ya no debo preocuparme de pequeñeces; sé que nadie me
necesita más de lo que él mismo podría darse, pero no puede. Sé
que nadie necesita a nadie, más que para lo que no puede hacer por sí
mismo. Adán y Eva con seguridad fueron alguien, con seguridad se
sintieron atormentados, sabiendo que eran los únicos. Y no les
bastaba con entregarse el uno al otro.
El ser
humano, en el principio, necesitó ser alguien. Yo ya no necesito ser
nadie, y eso me tranquiliza. Me tranquiliza saber que puedo dormir
cobijado en el anonimato. Puedo salir al parque y nadie se va a fijar
en mí, puedo tocar el piano y nadie se va a fijar en mí, puedo
correr, saltar, cantar, y sé con seguridad que nadie se va a fijar
en mí. Ya no necesito pensar más, sé que el futuro no va a cambiar
nada. No hay destino para quien no es nadie, y nadie podrá hacerme
cambiar de parecer. ¿Y entonces, ahora qué me queda? La
tranquilidad de la vida. Nací como todos, crecí como todos, sufrí
como todos y terminaré como todos, bajo tierra. También me
tranquiliza saber que una vez muerto no seré nadie más de lo que
fui en vida, seguiré siendo yo mismo y estaré enterrado junto a
todos hasta que a la tierra no le quepan más muertos, y entonces
empiecen a sepultar los cadáveres sobre la tierra, a la vista. Quizá
yo sea el primero. Pero hoy tengo la certeza y la tranquilidad de que
a nadie le importará. A lo mucho se pondrán un tapabocas.
Me
tranquiliza no ser nadie, y saber que no seré nadie más de lo que
ya soy. Me tranquiliza no ser nadie, y saber que moriré así.
Y aún así,
me sorprende sobremanera un pequeño detalle. Me sorprende que, a
pesar de saber que no soy nadie, que no fui nadie, que no seré nadie
y que así moriré, me sorprende que estoy aquí…
Me
cercioro: me pongo la mano sobre la cabeza. Cierro los ojos, los
abro. Muevo las orejas. Subo el pie, lo bajo, lo estiro, lo
contraigo. No soy nadie... pero estoy aquí.
Me
cercioro: sigo tecleando, me huelo, tengo sueño. Pienso
nostálgicamente, alegremente, eróticamente. Me cojo el sexo, siento
el corazón latir; no poéticamente, no sentimentalmente. Ahí está,
lo siento latir. Estoy aquí.
Me cercioro
por tercera vez: Me pongo de pie, me siento. Tengo sangre, tengo
barriga, tengo codos. No soy nadie y aún así estoy aquí.
Esto me
sorprende. De nuevo: Cabeza, ojos, orejas. Pie. Dedos, olor, sueño.
Nostalgia, alegría de verte, alegría de saber que estás conmigo en
la cama. Me toco el sexo, esta noche estoy solo. El corazón late
solo. Me paro, me paro en un pie, cierro los ojos. Abro la boca con
la mandíbula apretada. Digo «Dios,
Dios, Dios. Fin, fin, fin. Caca. Sexo. Semen. Catolicismo y
aristocracia. Política, poesía, Chile, España.»
Abro los ojos perplejo y continúo: «Dedo, pie, rodilla, fémur,
cadera, pene, cola, abdomen, torso, pecho, tetilla, tetilla, cuello,
labios (decir labios pensando en que estás diciendo labios con los
labios es sorprendentemente intrascendente), labios, labios, labios
(me cercioro), nariz, ojos (parpadeo dos veces), cejas, pelo….
Labios otra vez, lengua dientes paladar campanilla aliento aire
pulmones diafragma.”
Paro de
decir cosas y respiro. Hablar solo no es bien visto, y menos parado en
un pie. Me tranquiliza saber que no soy nadie porque el futuro es
incierto, y aún así, me sorprende que, pese a todo y con todo,
estoy aquí. Parado en un pie.