30 de noviembre de 2016

breve historia de amor


hiciste de mi alma un jardín
y plantaste rosas y nardos blancos.
vienen abejas a veces.

cuando estoy cansado o triste
miro el jardín que me dejaste.
hay caracoles que me tranquilizan, por todas partes.

cuando me acerco a oler las flores
me cuido de no molestar a las abejas
de no pisar los caracoles.

hiciste de mi alma un jardín tranquilo
que a veces florece y a veces marchita.
me regalaste la fragilidad del tiempo
tan de la mano de su belleza.


tengo diez materas
cada una de ellas con tierra
de distintos viajes que hice.

planté semillas de nardos y rosas rojas
planté maíz y arroz y frijol
y las regué juiciosamente con tiempo y memoria.

algunas, germinaron al cabo de tres días
otras se tomaron su tiempo
otras nunca se asomaron.

la otra noche llegué a casa
cansada, decidí acostarme temprano
soñé aire y agua.

descubrí que el alimento correcto
para la tierra de tu jardín
no era el de la memoria.
era el de los sueños.


anoche hubiera querido lluvia
quizá porque era noche de luna llena
y los nardos brillaban.

me quedé un rato mirando la noche
mirando el jardín desde mi ventana
envuelto en silencio.

entre la maleza había un pájaro
acurrucado sobre un nido hecho con hojas secas.
me acerqué con cuidado

aun así abrió los ojos,
eran negros y redondos.
tan negros y redondos como los tuyos.


saqué de casa la matera con tu tierra
la rompí con cuidado
para no dañar las raíces.

hace tiempo que no pensaba en ti.
hay un pájaro que se ha estado llevando las hojas secas
para hacer nido en un jardín que no es el mío.

donde puse tu tierra
el jardín se llenó de musgo
por las mañanas se llena de rocío.

el pájaro camina entre el musgo
se baña y bebe las gotitas
y luego se echa a volar.


hoy rompieron el cascarón.
nunca imaginé tener una familia
de aves en mi jardín.


hoy el pájaro llegó con sus pichones
se bañaron en el rocío.
el aire se tiñó con su canto.

30 de septiembre de 2016

vencer lo incierto

"soñá con un mundo mejor, pero no te asocies con la muerte"

no medicaré mi cuerpo ni mi alma
no haré de mí un templo:
no será un lugar seguro, un paraíso.
mi vida es una ofrenda desde siempre
y el dolor que la acompaña es inevitable y es hermoso.

por abrir las puertas estaré expuesto, pero abierto
y, abierto, también saldrá de mí la vida.
el dolor es mi forma de saber que no he muerto
el dolor es sobrevivir, vencer lo incierto.
no hay mejor forma de reconocer
en qué lugar dentro de nosotros está la vida
en qué lugar dentro de nosotros está la muerte.

por eso no cerraré mis fronteras
no me atrincheraré contra lo diferente.
lo que haya de bueno en mí no me pertenece
los verdaderos tesoros no pueden protegerse.

no quiero decir que iré en busca del dolor o del peligro,
no necesito buscar para encontrar
no necesito nombrarme para saber que existo.
la vida que hay en mí es sabia
y la única sabiduría posible
es la que, en el dolor, sana.

18 de marzo de 2016

poemas anacrónicos


1.



recuerdo una lluvia cálida que nos cobijaba el uno al otro
caía cariñosa sobre la ventana que nos separaba del mundo
y lo llenaba de húmedas caricias

podía caer la noche entera
y para nosotros era mejor.
como un velo, se posaba sobre nuestros ojos
y nos cegaba

la lluvia nos ahogaba, hundiéndonos en el olvido de lo cotidiano
lo pasajero se convertía en nuestra única realidad

vida y muerte eran una sola materia indisoluble
porque el tiempo era un líquido que se derramaba
y caía al suelo sobre el que caminábamos descalzos

ahora cae la misma lluvia
y golpetea sobre los tejados.
me hago un ovillo bajo las cobijas

espero que llueva lo suficiente para no despertar
a mitad de una noche sin lluvia




2.



abra sus ojos.
una luz tenue dibuja las formas de mi cuerpo
las facciones de mi rostro.
soy un hombre de pie frente a su mirada

podría ser el mar
que se extiende
un atardecer gris
una noche estrellada

pero no soy más que un hombre
que dibuja la luz frente a su mirada

acérquese
recorra mi piel
reconozca cómo reacciona ante su piel
míreme a los ojos
encuentre en ellos mi mirada

cierre sus ojos.
desaparecerá entonces la luz
pero iluminará el encuentro

dé un paso atrás
aún hay sobre mi cuerpo el pudor
y la soledad que viene después de la noche

por eso no se detenga
escuche mi corazón acelerado
sienta mi respiración junto a su boca
mis manos en su cintura ancha

obsérveme bajo esta nueva luz
que es su cuerpo
mire cómo se dibuja ante ella el deseo
cómo fluyen el mar y el atardecer por nuestro cuerpo

observe cómo un hombre
para dejar de ser hombre ante su mirada
y volverse atardecer y mar y noche estrellada
lo único que necesita
es la luz de su mirada ciega
su mirada que no mira

haga de la desnudez una prenda
retírela
hallará la desnudez definitiva
de un hombre sin fronteras.




3.


posa tu cuerpo desnudo mi recuerdo
tus caricias anidan desde hace tiempo en mi piel
soy un alquimista
un viajero.

abro mis cuadernos
en ellos he tomado nota de las recetas de la memoria.
con un pequeño truco engaño al tiempo
y regresa la noche en que besé por primera vez tu rostro.

cada uno de tus besos guarda un velero, el viento
me adentro al mar y me dejo llevar sin miedo ni destino cierto.
luego regreso a mi cuerpo que me aguarda

vengo del futuro al que me guiaron tus sonrisas
donde recordé lo que es amar.
el tiempo se ha deshecho
en algún momento comenzó la noche.

estos poemas anacrónicos así llegan
para hablar de tiempos que ya no son
para hablar de tiempos que no se sabe si vendrán

llegan y se van como los sueños
que de alguna forma permanecen.
yo los habito como habito el tiempo
voy y vuelvo como las olas en el mar.

2 de febrero de 2016

un jardinero

vengo del jardín, mujer.
traigo de allá sed y hojas secas.
quité del suelo la maleza
y teñí de negro la tierra, que estaba ya agrietada.
traigo las manos sucias
y algunos rasguños de jardinero.

he dejado la huella de mis botas a lo largo del pasillo
y el suelo de la ducha quedará negro
pero me he cuidado de no poner las manos en las paredes blancas.
sí, ya sé que vamos tarde al colegio del muchacho
ya sé que el desayuno se ha enfriado
ya sé que luego tenemos que ir a casa de mamá.
 
es que no pensé que fuera a tomar tanto tiempo esta labor.
cuando salí de casa el sol aún no había asomado
todavía el claro de luna entraba por la ventana
iluminando la ropa desparramada por la alcoba
y delineando tu cuerpo.
me levanté con cuidado
no quería que despertaras tan temprano.
 
me preparé un café con la luz apagada
me gusta cómo el olor del café le va ganando al olor de la noche
y abrí la puerta, sintiendo aquella brisa fría, húmeda y densa
que solo se siente a la madrugada.
en una mano mi taza caliente
la otra en el bolsillo del pantalón de trabajar
y a la espalda la maleta con bolsas, regadera y tijeras de podar.
 
me gusta el camino que lleva al jardín
todo de tierra seca que no hemos querido pavimentar.
me gusta que esté alejado del zaguán
lejos de casa y de las visitas
lejos de todo lo que hacemos día a día
mirándonos vivir.
 
el jardín parece otro de noche
como un hombre que siempre es el mismo hombre
pero que a veces parece otro sin explicación.
cómo me hubiera gustado tomar una foto para que lo vieras.
no, una foto lo arruinaría todo.
quizá un pintor
quizá un poeta de esos a los que cuando hablan
no se les escuchan las palabras.
 
puedo intentarlo, si quieres.
hubiera querido mostrarte las flores cerradas con luz de luna
y el brillo que revela el rastro de las babosas.
a esa hora los caracoles duermen sobre las hojas
y el silencio de las lombrices es aún más profundo
seguramente porque duermen todavía
y todos los colores están oscuramente teñidos de penumbra
y yo de pie
con una taza de café olorosa en medio del jardín.
 
¿lo ves? no te he dicho nada y siento que ya lo he dicho todo
pero finalmente lo que necesita un jardín es un jardinero y no un poeta
especialmente ahora que la tierra está seca y no vienen los pájaros
no vienen ya los colibríes porque las flores se marchitan antes de nacer.
seguro prefieren otros sitios más bonitos
pero si algún día vuelven, y encuentran el jardín bien presentado
quizá se queden.

me tomé el café en un par de sorbos
y me arrodillé entre la maleza.
arranqué de raíz varias plantas muertas,
quité varias hojas que ya estaban secas.
removí la tierra
hice todas esas cosas que se hacen cuando se arregla un jardín
tarareando algunas de las canciones que cantaba mi padre
mientras mi madre encendía la leña
o le rompía el cuello a la gallina del sancocho
o recogía la caca de los caballos, para que no anduvieran entre su propia mierda.

mis padres fueron felices, tú lo sabes
quizá no tanto como nosotros lo somos ahora
pero es que la vida era distinta entonces.
mi padre no era jardinero, por ejemplo
y yo era un chiquillo sin colegio al que tuviera que llegar con puntualidad.
antes los jardines eran el mundo entero,
antes no se oía hablar del calentamiento global.
 
yo creo que pronto morirá mi madre
pero no me asusta, es normal
ya es una mujer vieja que vivió todo lo que había por vivir
yo creo que ya ella quiere descansar.
 
mientras me baño, anda y mira cómo quedó el jardín.
mira cómo está libre de maleza y cómo ha revivido.
mira cómo se ve de distinta la tierra
ahora que tiene agua otra vez.
mira las flores, mira los colores
antes de que se vaya la luz del amanecer.
 
perdona. yo sé que ya es hora de salir
que mi madre no se va a morir si no nos ve antes
que al niño le van a poner un retardo por nuestra culpa
que el desayuno ya no va a saber a nada
pero quiero decirte una última cosa.
 
creo que fue antes de que el sol saliera
antes de guardar las tijeras y echar en la bolsa la tierra y las hojas secas
antes de sentarme a descansar y alistarme para volver
 
cuando aún quedaba algo de luz de luna
me senté a mirar si faltaba algo más en el jardín.
cuando ya salía el sol, que el aire se llena de luz en un instante
en aquel encuentro entre la brisa de la noche y la luz,
vi nacer sobre las hojas el rocío.
simplemente llegó.
así como llega la tristeza
sin avisar
así como llega la alegría.


ahora regreso yo también de la noche.
es mi turno de quitarme la tierra seca del cuerpo.
estoy cansado
y de allá traigo sed y hojas secas
traigo las manos sucias y algunos rasguños.
voy a tomar algo, voy a lavarme el sudor.
sí, me como el desayuno de un bocado
y vamos a dejar al muchacho en el colegio.

19 de enero de 2016

tu leve caricia


una leve caricia bastará para recordarte
una breve mirada con las luces apagadas
una sonrisa, un susurro apenas audible
un momento contigo

a solas


pero pasan los días en que no estás
y son tantas las falsas conversaciones
cientos de rostros que no se detienen
quilómetros y quilómetros de montañas y ciudades

y el mundo siempre tan vasto

y el tiempo siempre tan ancho


caen los árboles como pasan las horas
se escriben periódicos con nuevas noticias y viejos discursos
(un hombre en la calle se cobija con ellos)
cada día un muerto
cada día los caminos habituales de la mañana
los mismos rostros pavimentados

y de nuevo la noche


y es que hay mucho por hacer
tantas palabras por escribir
tantos lugares desconocidos para agregar a la lista de cosas descubiertas
vivir los dolores para aprender de ellos
adquirir deudas para tener deudas por pagar
trabajar, día a día, como se come, como se duerme
hacer que este mundo funcione y siga funcionando
para poder vivir en él
y que los hijos vivan en él
y que los hijos de los hijos vivan en él


pero tu caricia

tu levísima caricia en una esquina de mi mano
tan leve como la brisa que se hace cada vez más leve
que se deshace en el aire como el aliento

pero que no se desvanece

y hace que me pregunte
¿qué hago aquí?
¿qué hace aquí mi cuerpo
sobre este pedazo de tierra
cuando podría dejarse llevar por la brisa

como la hoja de un árbol

como un susurro en medio del viento?

15 de enero de 2016

solo nos quedan los libros

          Antes, cuando el barro era barro bajo los pies desnudos, los viejos se sentaban durante horas en los zaguanes. El tiempo pasaba en calma con su silencio; se detenía a veces sobre un mosquito o cantaba con un pájaro en la selva. Las cervezas sudaban frío sobre el entablado mientras el sol atravesaba el cielo y recorría las calles del pueblo. Los viejos miraban al horizonte mientras nosotros nos escabullíamos por detrás de las casas y entre los árboles hacia el río. Allí jugábamos desnudos, hasta que las niñas crecieron y entonces ya no iban, y nos quedamos solo los niños, saltando desde las rocas más altas, hasta que crecimos también y dejamos de ir al río para ir a las ventanas traseras de las casas, donde, con suerte, encontraríamos una chica desnuda para masturbarnos.
          Ahora que el barro es suciedad bajo las ruedas de los camiones, los viejos ya no salimos al zaguán. Los niños ya no van al río; se masturban encerrados en sus alcobas. Ahora el tiempo pasa rápido por la avenida, sin detenerse. Lo único que nos queda de aquellas épocas, la única forma de detener el tiempo, de escuchar el canto de un pájaro en la selva, está en las palabras de nuestros viejos, escondidas entre los libros que dejaron en los estantes.