hice un santuario en tierra ajena
ladrillo a ladrillo levanté sus
paredes
traje agua del lejano río
para mezclar con la cal en las bateas
mi meta era el templo sagrado
hacer dentro de él un altar
dotarlo de suelo, ventanas
de techo y de una gran puerta
mi meta era hacer un hogar
cálido y fresco en el desierto
construir al otro lado de mis fronteras
un refugio para pies extranjeros
logré que fuera redondo como el sol
que dentro de él se respirara aire
fresco
cavé un pozo para calmar la sed
y quitar de mi cuerpo esa masa de sudor
y arena
pero yo no sabía de aquella tierra
yo no sabía de las serpientes ni de
las tormentas
aún peor, no sabía que eran tierras
ajenas
y me echaron
y tumbaron el techo
descascararon la cal y echaron abajo
las puertas
regresé a este lado de la frontera
pero llego con las manos gruesas,
sucias
con la piel manchada por el sol, seca
llegué con el cansancio acumulado
y con el viejo santuario
como una herida en la memoria de mi
cuerpo
quizá cometí el error de construir en
suelo ajeno
quizá cometí el error de beber su
agua y dormir en su seno
pero ahora que subo a mis montañas y
miro hacia oriente
veo mi santuario lejano, descascarado
veo la soledad que llena cada uno de
sus espacios
y me hierve la sangre cuando pasa un
forastero
y alza su propio mausoleo frente al mío
aquel horizonte se llena de santuarios
y deja de ser, poco a poco, aquel lugar
que consideré sagrado
no era más que un pedazo de tierra
vacía
que, lleno de edificios, vuelve a estar
desierto
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