31 de marzo de 2014

La paloma

Sentía el peso de la Tierra bajo mis pasos, como si la Tierra estuviera encima y yo debajo y, para colmo, de cabeza. Y como si el aire estuviera aún más debajo, y entonces sentía que en cualquier momento podía caerme pero no, porque la Tierra es demasiado pesada y no me dejaba caer. Es una sensación rara que todo esté bocabajo de repente, pero que además la gravedad hale para arriba y no para abajo. Son dos cosas distintas, entiéndase. Uno puede ir caminando por una calle cualquiera, de pie (es decir, no de cabeza), saltando charcos que quedaron del aguacero, y de repente sentir que la gravedad de repente ya no está debajo, y entonces empezar a caer hacia arriba. O, el caso contrario, ir caminando de igual forma por esa misma calle cualquiera, y que de repente todo esté de cabeza, pero la gravedad siga estando debajo. Entonces, de igual manera, uno comienza a caer... pero es distinto, porque esta vez lo que está debajo es la gravedad, y encima toda la ciudad con sus calles y sus casas y sus charcos. No sé si me hago entender. Y entonces, están los otros dos casos. El de siempre, es decir en donde la gravedad y todo está debajo, y entonces uno camina por esa calle sin preocupaciones. Sabe que si suelta un lápiz va a ir hacia el suelo y no hacia donde se le dé la gana, o si escupe para arriba, como dice el dicho, ya sabemos lo que pasa.
Pero entonces viene el caso más curioso, y es aquel en que la gravedad está encima, y no solo eso. ¡Todo está de cabeza! Y entonces es como una suerte de espejo sobre la propia cabeza, o como un lente de esos a través de los cuales uno mira y ve todo al revés; incluso la gravedad se trueca, y entonces todo es normal pero en un sentido contrario. En fin. El caso es que sentía el peso de la Tierra bajo mis pasos, sentía como si yo fuera el centro de gravedad, por decirlo de alguna manera. Y aún así decidí salir de casa. Debí haberle parado bolas a esa sensación pero me dije que ya pasaría, que era una de esas bobadas mías de siempre, que siempre me imagino las cosas más ridículas pero luego vuelvo a la Tierra y listo, no problem, sin problemas, todo bien.
Al comienzo sentí mareo, pero a fuerza de voluntad me fui acostumbrando a las nuevas leyes de ese universo. Y entonces caminé las mismas cuatro cuadras de siempre para tomar el bus, y me senté al costado del pasillo, como siempre, cerca de la puerta pero no al lado, para poder ver a todo el que se subiera. Cuando era más pequeño (cuando el suelo y la gravedad estaban debajo), me gustaba sentarme a la ventana, porque entonces miraba hacia afuera y me maravillaba con el paisaje que cambiaba constantemente, y el bus pasaba por mi barrio, que era pobre, y luego iba subiendo de estrato, y a veces salía a la Avenida y podía ver las montañas y los árboles y la vastedad de la ciudad, que yo sabía que llegaba hasta aquellas montañas. Lo que fuera. Pero ahora me gusta sentarme al pasillo y mirar a quienes se suben, al conductor, al copilto o copilota (si es mujer siempre es un cuento muy distinto), en fin, a todo el mundo pero de adentro.
Bajarse del bus no fue cosa fácil. Siempre se llena desde Fontibón hasta la Nacho, pero además con el mundo como estaba, daban ganas de salirse por la ventana. Atravesar todo el pasillo sabiendo que todo, incluyéndome, estaba de cabeza, fue toda una travesía. Empujar a la gente para que abriera paso cuando no lo hacía a la voz de “permiso”, timbrar con una cuadra de anticipación (como ordenaba el letrerito), luego bajar a tierra de nuevo... no es cosa fácil sin la gravedad de tu lado. En todo caso, me bajé, y sentí de nuevo aquel mareo. Es entendible, me dije. Todavía no me acostumbro. Pero entonces me pregunté por qué todo estaba como estaba y por qué justo ese día. Claro que cualquier día hubiera dicho “justo este día”, sin razón aparente más que el presente. Si me pasa algo, siempre será hoy. El caso es que todo el mundo caminaba y saltaba y paraba el bus y se subía y se bajaba como si nada, como si el mundo fuera el mismo de siempre. Quizá yo era el único que sentía que el mundo estaba como estaba, y todos seguían caminando de la misma manera. Eso explicaba que me miraran raro.
Y así fue todo el día, aunque de vez en cuando me olvidaba. No del mundo de cabeza, sino de que me miraran raro. Fui a la biblioteca y busqué noticias mundiales del día; nada que me diera pistas de lo que estaba pasando. Me dije que quizá sería un malestar de esos que a veces me dan y que son insoportables. Me da mareo, dolor de cabeza, y a veces siento malestar intestinal. Entonces, no solo fui a la biblioteca sino también al baño. En más de una ocasión. Nada fuera de lo normal. Me comenzaba a preocupar porque siempre había señas de una u otra manera de que el mundo, o yo, no era el que era. Entonces, me dije, lo mejor es hacer una caminata. Una caminata siempre es buena para el organismo, y uno anda en medio del mundo o de la gente, así que abarcaba mis dos preocupaciones. Pero cada vez me mareaba más y, a medida que iba avanzando, iba sintiendo que la gravedad se hacía más fuerte, y todo de cabeza me hacía dar ganas de vomitar. Tuve que parar en una panadería en la que hacen un pan delicioso. La mesera, de cabeza, me preguntó si deseaba algo para acompañar el pan. No, le dije, no me siento del todo bien. ¿Desea que se lo lleve a la mesa? Sí, gracias. Y entonces salí (porque era una panadería con terraza), y me senté en una silla en dirección contraria a la panadería, para poder ver el cielo. El pan se demoró más de cinco minutos en llegar a la mesa, y yo estaba preocupadísimo de que también el tiempo se me estuviera poniendo de cabeza. Y bien hice en preocuparme, porque cuando me paré a pedir mi pan por segunda vez, la mesera me dijo algo que hasta ahora no olvido, y que todavía me genera escalofríos. Me dijo, Pero si yo ya le llevé el pan. No señora, usted no me lo ha traído. Yo sí se lo llevé al joven, le decía a la otra mesera, y la otra mesera simplemente se ponía en otra actividad. Para no incomodar más con mis problemas (estaba convencido de que eran mis problemas), le dije que entonces podía llevarme OTRO pan. Y que no habría ningún problema con eso. La mesera, emberracada, me lo pasó ahí mismo, hirviendo. Gracias, le dije. De nada. Me senté de nuevo a la mesa y miré el cielo, y cerré los ojos, y entonces imaginé el cielo que podía ver con tan solo separar los párpados. Sentía los carros pasando, sentía a esa mesera atendiendo a otras personas que pasaban, algunas viejitas que llevaban el pan a su casa, otras que iban por una aromática. En fin. Todo el mundo pasaba de cabeza con la mayor tranquilidad del mundo, como si todo fuera cotidiano, como si nada estuviera fuera de su lugar.
Si no era yo, y no era el mundo entero (todos estaban bien, o parecían estar bien), me dije que tenía que ser algo más. Y ahí fue cuando recordé que yo sí me había comido el primer pan, y no solo eso, sino que yo había ido a esa misma panadería el día anterior (a estas alturas no puedo afirmar que fuera ayer, porque como están las cosas podría ser mañana), y además luego había ido a caminar, y a la universidad, y me habia devuelto a mi casa. Algo andaba mal, y esta vez no solo con la gravedad y el mundo y la Tierra y todas esas cosas del lente y del espejo, sino que además algo andaba mal con el tiempo. Era como si ahora le hubiera dado el capricho de ir hacia atrás, porque de repente me pagaron el pan que me había comido, y para colmo las viejitas llevaban el pan de su casa a la panadería, y yo me devolvía por toda la 45 hasta la universidad, y la gente ya no me miraba raro sino que yo los miraba raro a todos ellos, porque cómo es que no se daban cuenta de todo lo que estaba pasando. Y hubiera seguido así mi día hasta volver a mi cama, a aquella sensación inicial de que todo estaba de cabeza, si no es por un suceso inverosímil del todo, un suceso increíble si se quiere. Levanté mi cabeza y las nubes que se devolvían a la parte trasera de los cerros, y el sol que cada vez se alejaba más del cénit, y todo el peso de la Tierra bajo mis pies, y todo de cabeza, como jalando hacia arriba el mundo, que debía estar debajo pero que estaba encima, todo eso se volcó sobre sí mismo cuando una paloma cayó o subió, ya ni sé, de lo alto del cielo, de lo bajo del cielo, y se precipitó hacia la tierra como si fuera un yunque, o un piano, y entonces supe que no era yo, no era yo el de los problemas, porque la paloma se desplomó y cayó con todo su increíble peso al suelo, irrespetando las leyes de la gravedad porque en realidad no cayó sino que salió volando fúrica contra el suelo, irrespetando las leyes del tiempo porque iba hacia delante, es decir no aterrizaba sino que despegaba, sin temor a romperse el cuello, sino con una rabia de ir contra todo, de atravesar el suelo y de ir hacia atrás, hacia el pasado pero hacia delante, como si nada hubiera pasado, y nadie la miraba, nadie gritó cuando su pico dio contra el suelo y todo se volteó de nuevo, y la gravedad estuvo debajo y el mundo ya no estuvo de cabeza, y ya no sentía yo el peso de la Tierra bajo mis pies sino que la Tierra sentía mi peso y entonces me quedé inmóvil, mirando cómo aquella paloma iba tenaz contra el cielo de nuevo, imponente.

No pude dormir bocarriba nunca más, como era mi costumbre. Aún siento, a veces, cómo el colchón me oprime el pecho. Y entonces pienso en la paloma.

5 de marzo de 2014

Detrás de las ramas

Dime quién está escondido detrás de las ramas,
dime qué cosa extraña gruñe, ruge, aúlla,
qué demonio, ángel o ser se halla detrás de ese árbol
dime qué es aquello que huele a sudor y sangre.

No es ángel ni demonio, no es bestia,
no es criatura desconocida.
Hueles tu propio sudor y tu propia sangre,
no hay nadie escondido detrás de las ramas.

¡No me mientas! Escucho el resoplido de sus narices,
puedo sentir su aire viciado de bestia indomable,
hay algo o alguien detrás de las ramas,
y tiene largas garras y come carne viva.

¡Te digo que no es nada!, la corteza del árbol está intacta,
el suelo carece de huellas y el aire huele a canela,
no hay rastros de sangre, no hay pelos,
es tu propia cabeza imaginándose monstruos detrás de las ramas.

¿Me llamas loco? ¿Dices que me imagino todo?
¿Es que no sientes el terrible olor a pólvora y guerra?
¿No sientes la cálida sangre sobre nuestras pieles?
¿No te das cuenta, no es evidente? ¡Hay algo detrás de las ramas!

¡Acércate y compruébalo tú mismo! No hay nada.
Todo lo que hay es aire limpio, hay rosas,
hay frutos maduros, y las hojas están cubiertas de rocío.
¡Vamos, acércate!, te juro que no hay nada.

Quizá seas tú mismo la bestia que mis sentidos desmienten,
no me acercaré y no cruzaré nunca al otro costado de las ramas.
Ven tú hacia acá y compruébame que estás intacto,
que no estás lleno de sangre, arañazos y hedor a muerte.

Si deseas puedo llevarte también frutos maduros,
puedo llevarte la flor de perfume inigualable,
puedo llevarte el rocío para que bebas,
puedo ir desnudo para que te des cuenta de que no hay nada detrás de las ramas.

Veo tu cuerpo desnudo, veo tu piel limpia,
veo la rosa, veo el rocío que la baña,
siento el perfume que evoca un cuerpo inmaculado y puro,
pero estoy seguro de que hay algo detrás de las ramas.

¡He vuelto indemne de detrás de las ramas!
¿Qué otras pruebas te puedo dar? ¡No hay nada, no hay nada!
Tan solo el césped suave y verde de los bosques, el musgo,
hay también sombra y frescor.

¿Es que no te das cuenta? ¿Careces de sentidos,
o es que tan solo crees en tu mirada?
¿Ignoras lo que te dice el terrible sonido,
y el olor a mierda y el angustiante hálito?

No te diré nada más.
No lo hagas.
Ven.
No iré.
Mantente ignorante, entonces.
Lo haré.
¡Es hermoso detrás de las ramas!
De seguro moriré.
No lo harás, te lo prometo.
Dime, quién está escondido detrás de las ramas.
Los dos estamos detrás de las ramas.
¿Qué clase de bestia eres?
Soy tú. Soy yo. Ninguno está detrás de las ramas.
Estoy solo.
Estoy solo.
No hay siquiera un detrás de las ramas.