Una niña
de 4 años me enseñó a ver elefantes.
Mejor
dicho, me enseñó a ver que las cosas no son lo que son.
Me enseñó
que un río puede pasar por encima de un puente
Mientras
debajo un pajarito escuchaba silbar a un ratón.
Aprendí
que verde es una hoja marchita (no hay café),
Y que
rojo es el color de la sangre de las plantas.
Me dijo
que todo lo que me contaba era un secreto,
Y me
enseñó que los secretos eran de todos.
Aprendí
que un dedo sirve más que un esfero,
Sobre todo
cuando se quiere dibujar con tierra.
Agarró
una hoja, me la pasó, y me dijo que hiciera un árbol.
Me pasó
un puñado de tierra y me dijo “ahí te alcanza para tres árboles”.
Así es
que yo dibujé un árbol; tronco, hojas, suelo y raíz.
Pensé que
me iba a regañar, que me iba a decir que eso no era un árbol.
Me dijo
que dibujaba muy bonito, que ella quería dibujar como yo.
Yo le
pregunté qué era una de las rayas que había hecho.
Dijo que
era la Tierra, llena de flores y gente caminando.
Yo quiero
dibujar como ella. O mejor, ver la vida como ella.
Sé que me
la voy a cruzar en unos años sin reconocerla.
Sé que su
nombre empieza por M, y que esto sucedió en la Universidad.
Sé que su
visión del mundo ya no va a ser la misma.
Pero
quizá haya aún muchos secretos que nos podamos contar.
Ojalá se
acuerde de cómo dibujaba con tierra.
Ojalá se
acuerde de que las cosas no son lo que son,
sino lo
que uno quiere que sean.
Que lo
único que hace falta es dibujarlas con tierra,
y darles
el color que mejor le parezca.